Me hago la pregunta en la resaca de la votación y en vísperas del 19 de este mes, cuando se cumplen 100 años de su muerte prematura y la Patria le profesará un amor cívico que en algunos casos (pocos) quizás incluya leer su obra jeroglífica. Ese día, la “Comisión Presidencial para la Conmemoración de Hechos, Procesos y Personajes Históricos de México” dispondrá unas florcitas y una perorata a cargo de algún orador u oradora u oradores con el predecible alto nivel de exaltación.
La Cámara de Senadores ya dispuso poner su nombre “en letras de oro” en su salón de sesiones con la leyenda: “Ramón López Velarde, poeta de la Patria”. Esto se debe a la iniciativa de una familia Monreal, propietaria del Estado Libre y Soberano de Zacatecas, cuyo embajador en el Senado, que se llama Ricardo, dispuso el homenaje, dijo, “a pesar de que un sector de la literatura nacional lo cuestiona por su pasado político conservador”.
Y bueno, pues sí. Hay gestos de El Supremo que habrían merecido el voto del poeta. Por ejemplo, su empeño en meter a la religión en las cosas del gobierno. López Velarde, tan lector del papa León XIII, estaba convencido de que la iglesia debía ser parte del Estado y, sobre todo, encargarse de los programas educativos.
Vamos, cuando al final de “La Suave Patria”, se imagina que la Patria alcanza su curioso orgasmo místico-republicano, y ahí está echada con sus “pupilas de abandono” y los pechos al aire (él dice “pechugas al vapor”) que cubre con “la trigarante faja”, no se requiere mayor astucia para entender que esa faja es la bandera de las “Tres Garantías” de Iturbide: Unión, Independencia y Religión.
Ni que esa “religión” es, desde luego, la católica. A saber si López Velarde habría votado por un cristiano evangélico, como se proclamó El Supremo en la víspera de las elecciones; una religión prima hermana de la suya, pero la suya no. Él aborrecía “el protestantismo” de ese “país de evangelio y tocinería”.
Pero igual sí le daba el voto por ser, como él, tan antifeminista, tan reacio a “las feministas que riñen y se acusan de estar en connivencia con los hombres”…
Pero igual no, porque a diferencia de El Supremo, a López Velarde no le cae bien el pueblo, al que llama “el vulgo” y trata de ignorante. Esto llevaría a El Supremo a rechazarle su voto, pues como dice él, el “pueblo es sabio” siempre (salvo cuando no hace lo que él le dice que haga), mientras que para el poeta el vulgo es una suma de ignorancia ala que se debe educar, un pueblo caracterizado por “la crasa dicción de la ralea”, por su “fibra porcina” y, en suma, un “vulgo intolerante e imbécil” que practica el narcisismo, integrado “por las multitudes analfabetas” y los patanes que “tienen un título”.
Y quizás al abogado López Velarde no le habría gustado que pusiera la justicia sobre el derecho, pues lo habría visto como una proclama similar a la idea positivista “el derecho es la fuerza” y habría temido que “cuando estos mentecatos sean hombres de gobierno intentarán regir al pueblo a puntapiés”.
Aunque sí habría votado por El Supremo cuando es maderista, pues él fue su devoto, pero no cuando aplaude a Pancho Villa o a Zapata, “Tamerlán del sur” con su “tipo selvático”. Y desde luego, habría abominado el coqueteo con la reelección y la tendencia de los demagogos, con “su manía incurable de asegurar que lo que llaman pueblo está con ellos”…
En fin, que el poeta acabará de estatua, esas que –dice él—, merecen el desdén popular, pues nadie sabe quién es el estatuado….