Observo a cantidad de gente o genta que se declara con facilidad escritor o escritora en la tele o en las redes. “Maximinio Eventual, escritor”, ululan como una advertencia a quien aterriza en su prosa por angas o angos o por mangas o mangos.

Su modelo es, desde luego, el escritor sanblasense Eduardo Torres, ese que imaginó Tito Monterroso en Lo demás es silencio, uno de los libros más ingeniosos que se han pergeñado en la Patria diamantina: la crónica de las hazañas y disparates de un tonto que se proclama escritor, fiel a un aforismo de su autoría: “Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también.”

Recordé el caso de un escritor que sí fue considerado “real” y publicó libros reales en editoriales reales y recibió reales premios, incluyendo el obligatorio “honoris causa”. Era genial. Se llamó René Avilés Fabila y llenó libros enteros con ideas como las siguientes (tomadas de su libro Recordanzas), que ya podrían inspirar a los proliferantes nuevos “escritores” mexicanos:

—En el caso de la autobiografía de un escritor, la primera persona es fundamental.

—Se escribe para huir de la realidad o para intentar transformarla. Con frecuencia insospechada, los resultados son nulos.

—Lo estúpido es lo que predomina en la existencia. Al contrario, lo maravilloso sólo aparece cada tanto y con frecuencia jamás surge.

—He usado el alcohol y las drogas para escribir y he tenido magros resultados, más bien nulos.

—Una mujer siempre es parte indispensable en la literatura de un hombre. Motivado por algunas, he escrito cuentos y novelas.

—Mi narrativa carece de metáforas porque siempre tuve el placer del lenguaje directo.

—Voy del cuento a la novela obligado por las circunstancias, por las necesidades del mercado y por mi debilidad.

—Los libros son el resultado de una mezcla (el porcentaje varía) de realidad e imaginación.

—“El patito feo” y “El soldadito de plomo” están más cerca de la fantasía que de lo inmediato.

—El crítico y el lector no existirían sin la obra de arte escrita.

—Siempre sueño, a veces agradablemente, a veces no tanto, pero en general, me encantan los sueños.

—El escritor no es, ciertamente, el más afectado por la muerte de un ser querido o admirado. Puede serlo también el político o el actor. Es cosa de sentimientos.

—Escribo a base de frases cortas, poco uso las comas y menos el punto y coma. Recurro a los adjetivos y sin temor los utilizo en un afán de precisar todavía más lo que deseo decir. Adoro la economía verbal. Tal vez por ello mis textos han ido comprimiéndose.

—Hay que notarlo: aunque fui pobre, siempre tuve una gran morbilidad social.

—Nunca tuve vocación por lo pornográfico. Cuando me percaté de que podía ver un espectáculo porno sin que el pulso titubeara decidí no atormentarme más con esos shows deplorables. Los últimos a los que asistí corroboraron mi actitud.

—Nunca me gustó pagar por el amor. Me parece una aberración. Con lo ahorrado me he comprado ropa.

—Sé que no siempre en las novelas está presente el amor. Más todavía, a veces es un elemento innecesario. Esta aseveración podría ser comprobada con las aventuras de Sherlock Holmes.

—En mis libros amorosos los personajes suelen ser de clase media y alta, con acceso a la cultura, intelectuales y escritores. Pese a esta condición, a la hora del amor piensan única y exclusivamente en ello.

—El amor en sí reúne una enorme cantidad de sentimientos y sensaciones.

—Pese a las protestas de algunos fieles admiradores, muy pocos desde luego, pareciera destinado al odioso anonimato.

Y EL MEJOR DE TODOS:

—Pese a que muchas veces he tenido perros, los adoro.

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