Hace unos días señalé que, a mi parecer, Ernestina Godoy, fiscal de la Ciudad de México, plagió en 2004 partes importantes de su tesis de licenciatura en derecho y que, por tanto, no debería ser ratificada para ostentar su cargo cuatro años más. Recordé que hace unos tres años hice algo parecido, cuando denuncié de manera adecuadamente documentada, de haber cometido plagio al fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero y, tiempo más tarde, a la ministra de la Suprema Corte de Justicia Yasmín Esquivel.
Que sean dos fiscales y una ministra de la Suprema Corte (es decir, los encargados de vigilar el debido orden y la aplicación de la justicia en la capital y en la Patria) los que cometan plagio es cosa seria, pues implica despojar de sus derechos humanos a los autores originales, saqueándolos y despojándolos de su propiedad; mintiéndose a sí mismos y a los lectores en tanto que presentan como propia una obra que no han escrito ellos, y traicionando a la elemental ética que diferencia lo malo de lo bueno. Es decir, contraviniendo la viril proclama de nuestro Gran Líder: “No mentir, no robar y no traicionar”.
Que esta secuela de raptos intelectuales (lo que en el mundo académico es una falta muy grave) suceda entre personas dedicadas a castigar precisamente a quienes la cometen, me ha hecho evocar la famosa pregunta que el viejo Juvenal metió en alguna de sus Sátiras , Quis custodiet ipsos custodes?, “¿Quién vigila a quienes nos vigilan?” En México, me parece que la respuesta es clara: Nadie. Es una tarea difícil, diría Sócrates, pues los fiscales, jueces y policías deben abstenerse de cometer ellos mismos las faltas que se supone sancionan, y desdeñan que esa tarea sea prerrogativa del pueblo, como en una verdadera democracia, y no una facultad de seres superiores que, invariablemente —como Gertz, Yasmín o Godoy, todos impunes hasta ahora— tienen fuero, dispensa, o demasiado poder.
En días pasados, en un escrito “A la opinión pública”, Ernestina Godoy declara que “son totalmente falsos y absurdos los señalamientos vertidos por dicha persona (es decir yo) con relación a la tesis que en su momento presenté para obtener el título de Lic. en Derecho”. Después de asegurar que se busca “de forma burda y grotesca descalificar, a como dé lugar, mi imagen”, denuncia que “surja una falaz y mal intencionada versión que asegure, sin pruebas, que mi tesis fue plagiada.”
Así que luego de denunciar “las mentiras y calumnias”, así como “los intereses oscuros, canallas y perversos” que me mueven, y que habrán, supongo, de sustentar “las acciones legales” que analiza asestarme como prueba de que sostuve “una falaz y mal intencionada versión que asegure, SIN PRUEBAS, que mi tesis fue plagiada”, me preparo para el bote.
La idea de que no existen pruebas de que la tesis fue plagiada se expresa en un lenguaje muy parecido al que, en su momento, emplearon los demás jueces, fiscales y ministros que nos vigilan, a pesar de que en esos otros casos también se pusieron, frente a frente, los textos saqueadores frente a los textos saqueados. Gertz Manero robándose a Salvador Ortiz Vidales; Yasmín hurtando a Edgar Ulises Báez, y Godoy que simplemente decidió no verse desvalijando a Mauricio Merino y a Thoenig.
Es decir, que la vigilante optó por no vigilarse.
Hace tiempo escribió Roberto Breña: “No se necesita medio dedo de frente para intuir lo que el plagio significa para la vida académica y científica de un país. Plagiar, es decir, copiar las ideas, el esfuerzo y las palabras de otras personas sin reconocerlo de forma explícita, asesta un golpe directo y contundente a la línea de flotación de cualquier noción que valore la vida académica, la investigación, la labor científica y el mundo universitario en su conjunto. Se podría decir que los plagiarios son al ámbito académico lo que los ladrones o rateros son a la vida social. El daño que hacen es distinto, evidentemente, pero en ambos casos el daño es enorme, insidioso; yo diría que incalculable, imposible de cuantificar.”