En el debate global sobre salud mental, los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) han permanecido durante años en un segundo plano. Pese a su alta prevalencia y letalidad, la atención clínica y la inversión pública en su tratamiento siguen siendo insuficientes. Se estima que más de 70 millones de personas en el mundo padecen algún tipo de trastorno de la conducta alimentaria, entre ellos, la anorexia, la bulimia, el trastorno por atracón y el ARFID (trastorno por evitación/restricción de la ingesta de alimentos), con consecuencias devastadoras en la salud física, emocional y social de quienes los enfrentan.
México no es la excepción. Cada vez son más los jóvenes, principalmente mujeres, que batallan con estos trastornos en un entorno marcado por el estigma, la desinformación y la carencia de terapias efectivas. Sin embargo, un nuevo estudio internacional publicado por JAMA Network Open pone sobre la mesa un enfoque alternativo que merece atención urgente: el uso de cannabis y sustancias psicodélicas como herramientas para el alivio de los síntomas relacionados con los trastornos de la conducta alimentaria.
El estudio encuestó a más de 7,600 personas de 83 países, en su mayoría mujeres jóvenes con una edad promedio de 24 años. Los resultados fueron sorprendentes: el 96 % de quienes han utilizado cannabis o psicodélicos para tratar su trastorno alimentario reportaron beneficios positivos. Es una cifra que no puede ni debe ser ignorada. Las personas encuestadas mencionaron mejoras en su bienestar emocional, su percepción corporal, su capacidad de introspección y su conexión con el propio cuerpo, así como una mayor motivación para comer.
Este resultado tiene un enorme potencial transformador. Para quienes estamos inmersos en la promoción del uso medicinal del cannabis y en el desarrollo de una industria responsable y regulada, se trata de un recordatorio contundente: esta planta, que ha sido criminalizada durante décadas, todavía guarda un vasto potencial terapéutico por explorar. Lo mismo puede decirse de los psicodélicos, como la psilocibina, el LSD o el
MDMA, que han sido históricamente estigmatizados, pero hoy resurgen como una opción prometedora en el campo de la psiquiatría.
Más allá de lo anecdótico, la encuesta arroja datos específicos por tipo de trastorno: 40 % de los participantes padecían anorexia nerviosa, 19 % bulimia, 11 % trastorno por atracón y 9 % ARFID. En los casos de trastornos restrictivos como anorexia y ARFID, el cannabis fue altamente valorado por su capacidad para estimular el apetito, generar placer al comer y reducir la ansiedad asociada con la alimentación. Estas son barreras críticas que muchos pacientes enfrentan a diario y que los tratamientos convencionales no siempre logran superar.
Por otro lado, los psicodélicos, usados típicamente una o dos veces al año en contextos terapéuticos o introspectivos, recibieron calificaciones muy positivas por sus efectos duraderos en la percepción corporal, la autoaceptación y la regulación emocional. Entre las sustancias reportadas están la psilocibina (hongos), LSD, DMT, 2-CB, MDMA y ketamina. Incluso el uso de microdosis fue descrito por varios participantes como una experiencia transformadora, especialmente en la reducción de la ansiedad social y la mejora del estado de ánimo.
Estas observaciones no se quedan en el plano de la encuesta. Coinciden con testimonios clínicos y personales, como el de una paciente con anorexia crónica, quien narró cómo tras décadas de tratamientos tradicionales ineficaces, logró avances fundamentales gracias al uso terapéutico de psilocibina y MDMA. Lo más relevante de este tipo de testimonios no es su carácter anecdótico, sino el eco que hacen con la evidencia preliminar que ya existe en ensayos clínicos sobre el uso de estas sustancias en contextos controlados.
Y aunque todavía no existe una aprobación oficial para su uso en el tratamiento de los trastornos de la conducta alimentaria, el panorama científico está cambiando rápidamente. Instituciones académicas y clínicas en Australia, Canadá, Estados Unidos y algunos países europeos están desarrollando ensayos clínicos sobre el uso de psilocibina y cannabis medicinal para pacientes con anorexia, trastorno por atracón y bulimia.
Además, investigaciones recientes han identificado disfunciones en el sistema endocannabinoide de pacientes con anorexia, lo que sugiere una base biológica para considerar el cannabis como parte de un enfoque terapéutico integral.
México no puede, ni debe, quedar rezagado ante esta transformación. Nuestro país tiene el talento científico, la riqueza botánica y el marco legal en construcción necesario para convertirse en líder regional en terapias emergentes basadas en cannabis y psicodélicos. Sin embargo, seguimos atrapados en una legislación fragmentada, que impide a médicos, pacientes y empresas explorar con responsabilidad y rigor las posibilidades terapéuticas de estas sustancias.
Desde las asociaciones cannabicas, hemos abogado por una regulación clara, basada en evidencia científica y orientada al bienestar de las personas. El uso del cannabis y de psicodélicos en el tratamiento de los transtornos de la conducta alimentaria no debe ser entendido como una amenaza, sino como una herramienta de salud pública. No hablamos de promover el consumo indiscriminado, sino de abrir el camino a la investigación, la prescripción médica segura y el acompañamiento profesional.
La encuesta publicada no es el punto final, es apenas el inicio de una conversación urgente que debemos sostener con seriedad, ética y visión. Porque si una planta o una molécula puede ofrecer alivio donde la medicina tradicional ha fallado, lo que falta no es ciencia. Lo que falta es voluntad. http://www.anicann.org/