En días recientes, Estados Unidos dio un paso muy importante en el desarrollo científico del cannabis: se inauguró un nuevo Centro Nacional de Recursos para Cannabis y Cannabinoides con apoyo federal. Este centro, financiado por los Institutos Nacionales de Salud (NIH), tiene como objetivo proporcionar herramientas, estándares y financiamiento a investigadores para explorar el potencial terapéutico de esta planta. En paralelo, un equipo de investigadores coreanos logró aislar un nuevo cannabinoide de la planta de cannabis, nombrado como cannabielsoxa. Este compuesto nunca había sido reportado antes en el cannabis y se suma a la lista creciente de fitocannabinoides con posible utilidad terapéutica. En el mismo trabajo se evaluaron 11 compuestos de cannabis en células de neuroblastoma (cáncer infantil) y se encontró que siete de ellos mostraron una fuerte actividad inhibidora del tumor. En conjunto, estos hallazgos científicos, la aparición de un nuevo cannabinoide y el potencial antitumoral de varios compuestos, subrayan el enorme valor médico del cannabis y la importancia de marcos regulatorios basados en evidencia.
Estos avances son muestra del momento histórico que vive el cannabis a nivel internacional. Hoy el mundo científico no discute si el cannabis tiene beneficios médicos, sino cómo aprovecharlos de manera segura, eficaz y regulada. El reto es claro: generar evidencia para transformar compuestos naturales en tratamientos accesibles y de calidad. Sin embargo, mientras otras naciones invierten en ciencia y desarrollan marcos regulatorios modernos, México permanece rezagado.
Nuestro país tiene todo para convertirse en un actor relevante en esta industria: un clima privilegiado, una biodiversidad rica en genéticas autóctonas, talento científico y una necesidad urgente de diversificar la economía agrícola y fortalecer el sistema de salud. Pero, sin inversión pública ni reglas claras, el potencial se diluye.
Actualmente, la investigación médica sobre cannabis en México es limitada, burocrática y depende casi por completo de la iniciativa de universidades y laboratorios privados; no existe un mercado regulado sólido ni un programa de investigación equiparable al de países pioneros. A pesar de que la Suprema Corte eliminó la prohibición absoluta para el uso personal adulto, seguimos sin una legislación integral que permita cultivar, transformar y estudiar la planta con rigor. En el ámbito médico, la realidad es similar: la COFEPRIS ha concedido algunos permisos de importación, pero el uso del cannabis para investigación sigue siendo muy limitado en la práctica. Esta situación impide generar conocimiento local sobre los efectos del cannabis en el organismo. Esta falta de regulación también impide que nuestros investigadores accedan a materia prima de calidad, financiamiento adecuado y respaldo institucional para emprender estudios clínicos. En consecuencia, la ciencia mexicana está ausente del debate global sobre los usos terapéuticos del cannabis.
Estados Unidos, por su parte, ha normalizado la investigación cannábica como parte de su política de salud. Hoy, 39 estados permiten el uso médico y 24 lo autorizan con fines recreativos. Las universidades colaboran con instituciones públicas, reciben recursos y diseñan medicamentos derivados del cannabis que ya están en el mercado. El nuevo centro lanzado por el gobierno estadounidense marca una ruta clara: invertir en ciencia para construir marcos normativos informados, con datos concretos sobre riesgos, beneficios y aplicaciones.
México no puede seguir postergando esta discusión. La falta de regulación no detiene el consumo, pero sí frena la investigación, la educación, la innovación y la generación de empleo. En la Asociación Nacional de la Industria del Cannabis insistimos en la necesidad de aprobar una ley que dé certeza jurídica al sector, promueva la investigación biomédica y fomente el desarrollo de productos nacionales. Solo así podremos construir una industria sólida, basada en la ciencia y comprometida con la salud pública.
El descubrimiento de nuevos cannabinoides y la creación de centros especializados en otros países deben servirnos como advertencia: estamos dejando pasar la oportunidad de liderar en un campo con alto valor terapéutico, económico y social. Si no actuamos pronto, quedaremos reducidos a importar conocimiento y productos que podríamos estar generando aquí.
La evidencia ya está sobre la mesa. Es momento de que México tome la decisión política de impulsar la investigación médica del cannabis. No se trata de ideologías ni de modas, sino de salud, desarrollo y soberanía científica.