En la discusión sobre el cannabis suele dominar lo social, lo recreativo y lo agrícola. Pero el verdadero salto cualitativo, el que puede convertir al cannabis en un actor global clave, no solo es simbólico: es biotecnológico, es medicinal, es ciencia. Las moléculas de cannabis (cannabinoides) ya no son solo materia prima para aceite o flor: son insumos para medicamentos con perfiles terapéuticos muy sofisticados.

La biotecnología aplicada al cannabis abre una puerta hacia tratamientos de precisión, donde los cannabinoides pueden producirse, modificarse, purificarse y dosificarse con calidad farmacéutica. No estamos hablando de remedios caseros: hablamos de biofármacos, desarrollados bajo buenas prácticas de manufactura, con estudios clínicos, control de calidad y regulación formal.

Este fenómeno no es exclusivo de México ni de una región determinada. En todo el mundo, biotecnológicas y farmacéuticas han comenzado a ver en los cannabinoides una plataforma poderosa para la innovación médica.

La biotecnología cannábica está avanzando con fuerza: en España, WorldPharma Biotech recibió autorización de la AEMPS para cultivar Cannabis sativa con fines de investigación médica en áreas como Alzheimer, Parkinson e inflamación dermatológica; en Canadá, Avicanna ha desarrollado una línea biofarmacéutica de cannabinoides purificados (CBD, CBG y THC) con estándares industriales para aplicaciones terapéuticas; al mismo tiempo, la biología sintética ha logrado la biosíntesis microbiana de cannabinoides como Δ9-THC y CBD, un avance que promete transformar su producción al permitir moléculas más puras y eficientes; a esto se suma un consenso internacional que distingue con claridad entre el cannabis como planta y los cannabinoides farmacéuticos como herramientas terapéuticas con respaldo científico; y, finalmente, la reciente publicación del pangenoma del cannabis abre la puerta al diseño de cepas con perfiles medicinales precisos, consolidando un futuro donde la innovación genética impulsa desarrollos clínicos de alto impacto.

En suma: la ciencia y la medicina están redibujando el mapa del cannabis. No como “hierba”, sino como materia prima para medicamentos de próxima generación.

Un ejemplo que merece destacar es Ananda Pharma, una empresa biotecnológica con sede en el Reino Unido, donde están desarrollando MRX1, una formulación de cannabidiol (CBD) grado farmacéutico bajo estándares EU-GMP, destinada a tratar dolor inflamatorio crónico y endometriosis. Han registrado un ensayo clínico de Fase 1, para evaluar perfil farmacocinético, seguridad y tolerabilidad. En octubre de este año anunciaron que completaron la dosificación en ese ensayo, lo que representa un avance clave en su programa clínico.

Además, la compañía ha decidido reorientar recursos: dejó de lado algunas pruebas para la epilepsia para centrarse en su molécula candidata para el dolor en la endometriosis y la neuropatía inducida por quimioterapia, lo que muestra una apuesta estratégica por condiciones con gran carga clínica.

Financiera y operativamente, expanden su presencia: reportaron inversiones crecientes en I+D y cotizan también en el mercado estadounidense OTCQB para atraer capital global. Este caso es paradigmático: Ananda no vende “aceite de CBD”, sino que desarrolla un medicamento biotecnológico, con estudios clínicos, control regulatorio y una visión global. Eso es lo que define la nueva ola de la industria cannábica.

No obstante, no todo es sencillo: La transición de cultivo a biotecnología exige marcos regulatorios más sofisticados: no basta con permitir producción de cannabis, se necesitan normas para laboratorios, GMP, ensayos clínicos. Se requiere talento científico especializado, además de infraestructura para la producción biofarmacéutica.

La inversión debe ser paciente: los ensayos clínicos son costosos, largos y con riesgo.

El cannabis ya no es solo un debate cultural o económico. Desde la biotecnología, se está transformando en una herramienta médica de alto impacto. Empresas como Ananda Pharma muestran que es posible desarrollar medicamentos cannabinoides regulados, con estudios clínicos serios y calidad farmacéutica.

Para México, esta realidad representa una oportunidad estratégica de posicionamiento global. No basta con cultivar: debemos pensar en laboratorios, investigación, innovación y medicina. Nuestro potencial no está solo en el campo, sino también en la ciencia.

Aprovechemos esta ola biotecnológica para construir una industria cannábica madura, competitiva y con un impacto real en la salud. No es solo negocio, es futuro.

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