Un estudio de la Universidad Johns Hopkins ha llamado la atención mundial al mostrar cómo líderes religiosos experimentaron, bajo supervisión científica, los efectos de la psilocibina (el compuesto activo de los llamados hongos alucinógenos) y describieron esas vivencias como algunas de las más significativas de sus vidas. Más allá de la anécdota, la investigación plantea un reto mayor: repensar cómo entendemos las sustancias psicoactivas y sus usos, no solo en lo recreativo o medicinal, sino también en el terreno del bienestar mental y la espiritualidad.
En esta investigación participaron líderes de distintas religiones (pastores, sacerdotes, rabinos, un líder islámico y un maestro zen budista) sin experiencia previa con psilocibina. Tras una o dos sesiones, muchos relataron haber vivido una de las experiencias espirituales más profundas de sus vidas, con una mayor conexión a su fe, renovación vocacional y una percepción intensificada de lo “sagrado” en lo cotidiano. Aunque algunos reportaron dificultades emocionales o espirituales, no se registraron eventos críticos. El estudio, sin embargo, reconoce limitaciones: muestra pequeña, sesgo de autoselección y escasa diversidad cultural y religiosa, además de dilemas éticos vinculados al lenguaje usado y a posibles conflictos de interés.
Este tipo de hallazgos resulta particularmente relevante para México, donde el debate sobre el cannabis se ha centrado casi exclusivamente en dos frentes: su uso medicinal, respaldado por evidencia en el tratamiento de enfermedades como la epilepsia o el dolor crónico, y su regulación para consumo adulto, aún pendiente en el Congreso. El ejemplo de Johns Hopkins abre la puerta a considerar un tercer pilar: la posibilidad de que el cannabis, así como la psilocibina, bajo investigación seria y con protocolos científicos rigurosos, pueda ser también una herramienta de introspección, equilibrio emocional y expansión de la conciencia.
Más que medicina o recreación, históricamente, diversas culturas han empleado plantas psicoactivas (incluido el cannabis) en rituales y prácticas espirituales. En Oaxaca, los hongos; en San Luis Potosí, el peyote; y en distintas comunidades del mundo, el cannabis como vehículo de meditación o conexión espiritual. Lo que antes fue patrimonio de la tradición, hoy puede explorarse bajo la luz de la ciencia moderna, con metodologías claras, dosificación precisa y acompañamiento profesional.
El reto es separar los mitos de las posibilidades reales, distinguir el uso responsable del abuso, y comprender que el cannabis no tiene que encasillarse únicamente en lo médico o en lo recreativo. Puede formar parte de un espectro más amplio de bienestar humano si se estudia con rigor y ética.
La industria del cannabis tiene ante sí una oportunidad histórica: liderar la conversación hacia un marco de regulación que contemple no solo el mercado y la salud pública, sino también la investigación del cannabis como herramienta para la salud mental y el desarrollo humano integral, respaldada por diversos estudios sobre uno de sus principales componentes: el CBD.
Esto exige colaboración estrecha con universidades, centros de investigación y autoridades sanitarias. Ensayos clínicos controlados, seguimiento médico y evaluaciones psicológicas deben guiar cualquier iniciativa que busque explorar los potenciales del cannabis en el terreno del bienestar emocional o espiritual. Solo así podremos disipar el estigma y demostrar que esta industria está comprometida con algo más que la rentabilidad: con la calidad de vida de las personas.
El futuro del cannabis en México no reside únicamente en las cifras millonarias de exportación ni en el potencial de crear empleos en el campo. Su verdadero valor puede estar en contribuir a una visión más integral del bienestar, en la que el cuidado del cuerpo, la mente y la dimensión espiritual sean reconocidos como parte de una misma ecuación.
Avanzar en esa dirección es audaz, pero necesario. Porque un marco regulatorio verdaderamente moderno no debe limitarse a los intereses económicos o médicos, sino también abrir la puerta a explorar cómo esta planta, con responsabilidad y ciencia, puede ayudarnos a construir una sociedad más consciente, equilibrada y saludable.