Todos tenemos por allí algunos libros de cabecera, si no es así entonces el estado de las sociedades actuales puede comprenderse fácilmente. Sin embargo, supongamos que es verdad y que existen esas obras que nos ayudan a pensar o nos dan consejo, o simplemente nos acompañan durante la vida. No hay nada tan nocivo como un libro cuando es el único que se lee, de modo que es bueno contar hacerse de obras diversas para que se acompañen y conversen entre sí a partir de nuestra lectura. ¿Cómo librarnos de los malos gobernantes? Se preguntaba Karl Popper cuando escribió En busca de un mundo mejor, ya que en su opinión una búsqueda semejante resultaba crucial en el transcurso de una vida inmersa en la comunidad. Añado que yo no poseo libros de cabecera pues carezco de ella, o los pierdo de vista, o son demasiados como para ser capitanía de mi orden o desorden práctico. En todo caso, tendría autores que consulto a menudo por más que las décadas vividas se sucedan y me muestren que los malos gobernantes abundan; que las sociedades tienden a ser iletradas y que las discusiones públicas resultan comúnmente inútiles, groseras y, en general, se hallan sólo orientadas a obtener poder y beneficio personal. Las termitas, por otra parte, son uno de los grupos de insectos más organizados que existen, su labor de mermar la celulosa de la madera donde se hospedan lleva detrás una organización social muy sofisticada; podrían votar inclusive, y en seguida retornar a la destrucción de nuestro entorno del cual ellas también forman parte. Trabajan mucho, se dividen en castas según sus operaciones y algunas de ellas poseen alas (las peores). Creo que hasta podría tomar de un brandy con varias de ellas, hecho que no las convertiría en mis amigas, pues continuarían siendo mis graves detractoras.
Las democracias contemporáneas han impulsado a obtener cargos públicos a toda clase de fauna nociva a la naturaleza civil; como si nosotros mismos lleváramos a los comejenes a roer la corteza de los árboles o la madera de nuestros muebles. Los autores a quienes más acudo se han hecho patentes durante los años en los que he escrito esta columna y por tanto no los sepultaré a ustedes nombrándolos. ¿Qué hacer para deshacernos de los malos gobernantes? Lo ignoro: más allá de cierto pesimismo que me es simpático, no creo que tengamos una organización social orientada al bien, como las termitas a la celulosa de la madera. Esos libros de cabecera o de respaldo se hallan ausentes y la consecuencia de tal ausencia fortalece la incapacidad de la conversación que causa progreso. Por el contrario, tal ausencia estimula el encono, el recelo y también la depredación de los acuerdos humanos más prudentes. Estas masas insensibles o ensimismadas en extraer dogmas de su propia ignorancia nos impedirán progresar en conjunto durante las siguientes décadas. Es imposible cambiar este escenario: los mesías van y vienen; las instituciones se debilitan y otras sólo cambian de nombre; la guerra entre grupos ansiosos de poder o de ambición moral se acrecienta y los criminales aumentan en número y cinismo. Escandalizarse por el aumento de cantantes producto del narcotráfico es banal cuando a causa de nuestros prejuicios hacia la legalización de todas las sustancias, que llamamos droga, ha permitido que se creen verdaderos gobiernos paralelos a las pálidas democracias que impiden tejer una fina política de Estado.
Descubrí que bajo un sillón en mi casa se hallaba el libro de otro autor de cabecera, el palestino Edward Said, Representaciones del intelectual y recordé, luego de repasar unas páginas, el sentido del libro: en éste, Said reclama al intelectual su confort académico cuando más se requiere de su presencia en la arena política. Está de acuerdo en que los artistas e intelectuales se encuentran dotados para descubrir los problemas de fondo o relevantes, y que involucrarse en ellos, afrontarlos, señalar a los farsantes y criminales políticos los ayuda también a ellos mismos a progresar y ampliar su horizonte. ¿Tiene caso pelear en estos tiempos? ¿Crear verdaderas ideologías orientadas al bien social? No lo sé; la mayoría de las democracias actuales son débiles y en las sociedades que las practican ya nadie sabe quien es quien, y mucho menos valoran la actividad reflexiva: torpes y pasionales, estas sociedades han llevado a los peores especímenes humanos a tener poderes enormes que menoscaban nuestra tranquilidad. Hay que defender a las instituciones del acoso de las termitas, al menos como una actitud utópica o un buen pasatiempo.