Me atrevo a sugerir que toda buena literatura es una franca expresión de la locura. Los escritores cuerdos fallan en lo más profundo de su oficio. Lo premeditado arruina la fiesta y entorpece el arte.

Se le endilga al dictador e inventor del fascismo, Benito Mussolini, la frase de que “la idiotez es una enfermedad que le hace daño sólo a los demás.” Nada tan atinado podría haber expresado el Duce, en vista del daño que causó a tantos su gobierno y estupidez. En un sentido distinto, podríamos decir que la locura es una afección que le hace bien sólo a los demás, es decir a los lectores. Uno de los mayores escritores de lengua castellana, Enrique Vila-Matas ha tejido una selección de fragmentos que, reunidos, llevan por título Cinco miradas sobre la locura (libro publicado por la editorial Gris Tormenta; 2024). Entre los escritores elegidos leemos a Erasmo de Róterdam, quien, en su Elogio de la locura escribió: “Sé muy bien lo que dice de mí la gente, pues no se me oculta la mala fama que tengo, aún entre los más necios. Pero yo soy la única, sí, la única, que, cuando quiero, hago reír a los dioses y a los hombres.” La ironía de Erasmo me lleva a recordar a Jonathan Swift, creadores, por lo demás, tan diferentes (les sugiero, para que cesen de reír, el libro Erasmo y España (FCE; 1950), de Marcel Bataillon, aunque dudo que exista alguien con suficientes arrestos como para echarse a los hombros una empresa de tal naturaleza). Los cinco fragmentos elegidos por Vila-Matas no tienen desperdicio (pertenecen a la obra de Laure Adler, Antón Chéjov, Cervantes, Erasmo y de un arquitecto, Rem Koolhaas).

La lucidez extrema en la literatura, no la cordura política, puede, también, provenir de la locura de quien escribe. El suicida nos obsequia unas migajas de vida, o un aluvión en ciertos casos. Basta citar El Quijote —como hemos llegado a nombrar a la célebre novela de Cervantes—, para aquilatar la gravedad estética que nos ofrecen los locos. Nada es tan detestable, desde mi nada modesto punto de vista, que una novela u obra de ficción que sabe bien hacia donde se encamina y ha sido planeada y edificada hasta en sus últimos detalles. No es la historia narrada la que contiene alguna clase de mensaje no solicitado, sino la obra misma, el banquete del loco, su vitalidad enferma, como sucede en el caso de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. La comunidad literaria mexicana es, por lo regular mojigata, susceptible y formal hasta el bostezo y la ignominia. Todo parece tan rotundamente serio y comprometido con los grupos literarios dominantes que uno buscaría algo de humor hasta en Noruega. Las excepciones son escasas y no ayudan mucho a llevar la pena de habitar tan solemne congregación. Sin embargo, la queja forma parte, también, de la tontería estirada y a lo que deseaba yo referirme en esta columna es a que sin unos tornillos faltantes el arte se desvanece. ¿Qué sería de un escritor mal mirado si no fuera auxiliado por algunos vicios, una ración de extravagancia y los rasgos fundamentales de una locura verdadera y no impostada? No hace falta la respuesta; sólo hay que acudir a las librerías o echarles un lazo a las promesas literarias. Si cualquiera afirmara que en la obra de Swift, Roald Dahl, Joseph Roth, Flannery O’Connor o Thomas Bernhard, por ejemplo, no se asoma, de alguna forma, la locura, tendría que volver a leerlos: la representan bien y la honran.

Vila-Matas escribe que la lucidez es una cualidad de la locura. Estoy de acuerdo y agregaría: la lucidez y el desconcierto de existir o de ser solamente una pataleta del caos, un resbalón o una muletilla. Alguna vez, mi amigo, un gran lector y conocedor de literatura, Jahaciel García Venegas, me contó que mientras esperaba su turno en un consultorio médico, leía un libro que lo lanzaba a la carcajada legítima y abierta. En algún momento, se dio cuenta de que en la sala el resto de los pacientes, incluido un niño, lo miraban como se observa al demente, con sorpresa, incomodidad y un poco de compasión. No recuerdo si leía una sátira o, simplemente, una obra de cualquier otro género, pero es seguro que tal escritura le extendía la mano para invitarlo a abordar la nave de los locos.

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