Creo que un intelectual tiene cierta obligación de expresar fielmente, y a partir de un lenguaje sencillo, sus ideas, conceptos u opiniones, aunque esto le cueste el exilio de su comunidad. La comodidad no puede ser una constante en el mundo que él o ella habitan. La erudición es, quizás, suficiente para impartir una clase o mantener un puesto académico. Pero estoy seguro de que, si la erudición fuera acompañada por una crítica o una especulación personal, entonces las palabras y conceptos acerca de cualquier tema se convertirían en un bien de mayores alcances. Sospecho que se debe pensar más profundamente y, a la vez, transformar ese pensamiento en una acción peligrosa y audaz capaz de expandir el conocimiento. Si tu edificio se incendia, si las personas son vejadas o tu patrimonio es robado, entonces resulta inverosímil que te concentres en la historia de la laudería o en las infinitas reacciones de las materias químicas. Es posible hacerlo, claro, como una demostración de impasibilidad o exilio (incluso de cínica sabiduría), pero no es sencillo tomar decisiones de esta naturaleza caminando en el pantano. El amor es fundamentalmente amor a uno mismo, pensaba George Steiner , pero ese amor a uno mismo no es imperturbable; al contrario, se encuentra en peligro de extinción si el mundo que lo contiene se derrumba o se torna inclemente. El intelectual es una pieza necesaria en la aldea humana, a cambio de que ponga en riesgo su confort y no nos ahorre el producto de sus cavilaciones, aun cuando éstas sean aterradoras, inverosímiles o reprobables.
Encuentro un tanto inútil o vano presentarse como intelectual, si uno no es capaz de expresarse abiertamente, incluso a costa del desprestigio ante quienes no piensan de forma semejante. Desde mi punto de vista, estamos viviendo una de las épocas más oscuras, difíciles si uno quiere entregarse al ejercicio del meditar y de practicar la diferencia y la crítica heterodoxa. El derecho que tenemos a la excentricidad es un privilegio . En otras épocas expresar abiertamente tus creencias podía llevarte a la hoguera, al cadalso, al exilio o simplemente a ser ignorado o clasificado como un escollo que no representa una lesión grave al estado de las cosas sociales.
Abrir espacios de reflexión y refugios de pensamiento y acción para que las personas se cobijen del continuo malestar que causa el vivir apiñados como insectos en ciudades colosales, agobiadas por las noticias trágicas, por un trabajo que no les produce bienestar ni felicidad, afrentadas a causa de empleos mal remunerados y condenadas a endeudarse a través de créditos que resultan, más bien, una especie de esclavitud perpetua que una posibilidad de progreso, todo ello es también responsabilidad de los intelectuales y de todos aquellos que, como creía Nietzsche, se atreven a pensar más profundamente.
Este breve escrito es un exhorto a los artistas y, sobre todo, a los intelectuales para que pongan nuevamente en riesgo sus ideas, duden de sus convicciones, respeten su conciencia (“La conciencia es un invento judío”, afirmaba Hitler, quien deseaba unificar y someter el mundo a su arbitrio). No comprendo del todo a un intelectual que, por temor o conveniencia, oculte sus opiniones reflexionadas y honestas sobre cualquier tema, sea este acerca de sus zapatos, de la economía, o de sus fobias personales. La experiencia personal de quien se propone como intelectual, su crítica moral, su erudición, el relato de sus vicios, todo ello tendría que contribuir a expandir la libertad y el conocimiento de la conciencia humana (por el bien de todos). No me complace la noción del intelectual como experto, cuando apenas hace unas décadas acaba de suceder un holocausto, guerras mundiales o cuando el propio vecindario se está incendiando. No repetiré ni citaré palabras o conceptos de Gramsci, Julien Benda, Edward. W. Said, Lyotard, Adorno o George Steiner, puesto que mi propuesta es algo extravagante o de carácter estético: volver un poco más artistas a los intelectuales; además de ser expertos, invitarlos a detonar su imaginación en varias direcciones. Suicidarse como iconos, en pos de crear alternativas de mundo. Sí, ya sé, cada uno a lo suyo.
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