Cuando afirmamos que todas las personas son iguales, es evidente que estamos expresando un disparate. No lo es cuando añadimos, por ejemplo, que estas personas son iguales ante el fuego: todas ellas, sin duda, arderán en medio de las llamas. Debemos, pues agregar una referencia o una explicación a esta idea de la igualdad. Por el contrario, si se dice que todas las personas o seres humanos son distintos es evidente que nos hallamos exclamando algo certero. Nadie es el espejo perfecto de otro ser humano, excepto de uno mismo. Esto me lleva a asegurar que sólo los individuos tienen lugar en la vida; y su existencia se halla ligada a alguna comunidad, o mundo, o circunstancia. El individuo no niega a la comunidad, sino que se instala en ella, la habita, se acomoda o se rebela en su seno. La consecuencia de esta distinción es que la globalización es ilusoria o es una imposición. Y que también las cofradías o tribus pequeñas encontrarán, tarde o temprano, que en su conformación hay facciones e incluso diferencias irreconciliables. Yo, por ejemplo, tengo algunos amigos, cada vez menos, y sin embargo desconfío de la amistad. No sé a qué se refiere esta palabra, sino a un conjunto de características, actitudes o rasgos que solemos reunir en una palabra o concepto, el cual damos como válido y utilizamos para designar ciertos tipos de relación o convivencia humana. Si Hobbes escribió que la desconfianza, la competencia y el deseo de celebridad, tarde o temprano minan la vida del individuo, yo creo que la desconfianza es necesaria a la hora de realizar o llevar a cabo actos en comunidad. Los amigos o amigas son diferentes entre sí y su relación con nosotros posee una estatura y calidad diversa. De la misma manera, cuando nos unimos a favor de cierta causa considero que uno debe desconfiar de ella, aunque la aprobemos o finalmente la aceptemos con el propósito de sobrevivir en sociedad. Mas es imposible que una persona piense de la misma manera que otra, a no ser que ambas sean una especie de entes mecánicos o productos de la robótica.
La única manera de tejer un mundo más o menos amable es el cultivo de la individualidad y esto se logra reconociéndonos como soledades, seres singulares o entes que no podrían, siendo honestos, formar parte de una globalización, de una democracia o ideología política rígida. Escribo aquí un ejemplo sencillo: cuando en el 2007 viví en Berlín, el gobierno alemán estaba muy interesado en que, vía las humanidades e invitando a escritores y artistas de todo el mundo podrían paliar un poco la terrible memoria de sus actos en la segunda guerra mundial. Recuerdo que incluso me entrevisté con el embajador de Alemania en México quien me dio una especie de bienvenida a su país. Hoy, cuando releo a Rüdiger Safranski, reafirmo que aquello se trataba de una estrategia interesada, ya que años después y a través de la estructura de una globalización económica, Alemania volvió a tomar gran poder en Europa y hoy las humanidades dejaron de ser vitales para fortalecer la memoria y recordar así sus tropelías del pasado. Cada semana, por ejemplo, llegan a mi correo electrónico varias convocatorias de la DAAD —Deutscher Akademischer Austauschdienst—, la institución que me invitó en aquel entonces a Alemania, orientadas en un cien por ciento a invitar estudiantes para sumarse a actividades tecnológicas y así lograr un progreso mecánico de la misma forma que alguna vez fabricaron tanques. La globalización comprendida como anti nacionalismo es un fraude de dimensiones extraordinarias.
Los nacionalismos más enloquecidos emergen de sus tumbas. Las democracias se tornan religiones que alimentan la enemistad y la competencia criminal. Su objetivo fundamental pareciera ser consolidar el mesianismo y el engaño. Que cada individuo, si puede, reflexione, piense, especule, desconfíe y lleve a cabo una vida personal e intransferible: que recupere sus vida y dude de estas religiones globales que los transforman en autómatas.