El libro Mar de dudas [Grano de Sal-Gatopardo, 2025] de Carlos Bravo Regidor es impecable. Me sorprendió la pulcritud de su escritura y la agudeza de sus entrevistas. En más de una ocasión encontré todavía más estimulantes los planteamientos y cuestionamientos de Carlos que las respuestas de sus interlocutores. Ese resultado exige disciplina intelectual, reflexión crítica y una distancia analítica poco común de encontrar.

El título mismo es una clave de lectura. Mar de dudas remite a la sensación de incertidumbre que distingue a nuestro tiempo. La idea de “navegar” inevitablemente nos lleva a imaginar una barca que nos ayude a surcar las aguas de la incertidumbre. Pero no todxs lo hacemos desde la misma embarcación: hay quienes viajan en la comodidad de sus cruceros lujosos, mientras otrxs lo hacen en lanchas improvisadas con llantas, tablas y cuerdas. Unos resisten las tormentas más virulentas; muchos otros no logran llegar a la orilla porque pierden la vida en el intento. La pandemia lo demostró con crudeza.

El desconcierto no parece provenir de la dificultad para identificar las “agonías del presente”. En el libro se perfila un consenso claro sobre los problemas estructurales que enfrenamos: una desigualdad mundial abismal, la precarización de las condiciones laborales y de seguridad social, migraciones masivas, la persistencia de la(s) guerra(s), el cambio climático y el resurgimiento de autoritarismos renovados.

La turbación radica más en la complejidad estructural de esos problemas, en la imprevisibilidad de los acontecimientos y, sobre todo, la pérdida de marcos interpretativos que antes nos permitían dar sentido a la realidad. El desafío es cognitivo, pero, sobre todo, político.

Lo que falta son respuestas apropiadas y claras. Respuestas que nadie quiere formular porque implican asumir costos políticos, electorales, económicos y sociales frente a problemas (considerados como) “polémicos”, “delicados” y “controversiales”. Como advierte Pablo Stefanoni, actualmente las derechas prosperan no solo porque han sabido canalizar los prejuicios, descontento y malestar de la gente, sino también por el silencio del “otro lado”.

Las derechas han logrado reinventarse y revitalizar sus propias agendas, de forma creativa y hasta inclusiva. Al grado de presentarse como voces desafiantes del status quo, apropiándose, incluso, de luchas progresistas para reconfigurarlas en clave reaccionaria, mediante reivindicaciones —velada o abiertamente— racistas, chauvinistas, nacionalistas y con reinterpretaciones identitarias (u organicistas) de la sociedad.

La izquierda, en cambio, parece atrapada en la nostalgia de su propio pasado. Reconozco, como lo hace Rafael Rojas, el peso simbólico e histórico del llamado “socialismo revolucionario” para comprender la historia reciente de América Latina, en particular aquello que a inicios de este milenio se denominó —con un entusiasmo hoy completamente desdibujado— “marea rosa” o “socialismo del siglo XXI”. Hoy sabemos que esas intentonas terminaron en una tragicomedia de sí mismas. Una de las conclusiones que extraigo de la conversación entre Bravo y Rojas es que la izquierda necesita “matar al padre” si quiere aspirar a algo más que no sea agonizar o, peor aún, desaparecer como praxis política. La izquierda en América Latina no puede seguir anclada en referentes como la revolución cubana, la constitución mexicana de 1917 o el sandinismo. Los referentes deben buscarse en el presente.

Propongo uno: los movimientos feministas. Como recordaba Norberto Bobbio, ningún movimiento ha sido tan grande y revolucionario en este siglo como el de la emancipación de las mujeres. Esa ola ha hecho visible con enorme fuerza la(s) injusticia(s) estructural(es) de nuestras sociedades. En su libro Capitalismo caníbal, Nancy Fraser traza una agenda mínima pero poderosa para la izquierda, construida desde una lectura crítica de Marx y sus intérpretes, señalando los “puntos ciegos” —o “las moradas ocultas”, como ella los denomina— de esa tradición: i) reconocer el papel no remunerado de los cuidados socialmente a cargo de las mujeres, ii) enfrentar el racismo que alimenta la expropiación capitalista, iii) articular una política transambiental y iv) limitar el dominio de “los poderes salvajes” del finanzcapitalismo.

Mar de dudas muestra que navegar el desconcierto exige más que consignas y nostalgias: requiere coraje intelectual y voluntad política para imaginar horizontes distintos. En un mundo donde prosperan los eslóganes fáciles y las soluciones simplonas, el libro de Carlos Bravo Regidor cumple una tarea urgente: abrir el espacio para pensar en serio.

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