¿Es posible que un país sea autosuficiente? O mejor aún ¿es deseable que un país sea autosuficiente? Estas dos preguntas involucran un planteamiento casi filosófico; ¿Soy capaz de autoabastecerme, o de ser autosuficiente y no depender de los demás? ¡La verdad es que no! Nunca lo hemos sido, y lo más seguro es que nunca lo seremos.
A lo largo de toda nuestra historia como humanidad, los seres humanos hemos construido una sociedad basada en la cooperación y el intercambio, de hecho, hemos llegado a ser lo que somos, precisamente por esta cooperación que nos da la vida en sociedad. Los logros palpables han sido por la dependencia que creamos entre grupos familiares, aldeanos, citadinos, o como países o incluso a nivel global.
Aunque algunos me dirán, ¿y qué hay de las guerras? ¿Cómo explicas las guerras, y en el mismo tenor, las revoluciones, o los conflictos familiares y raciales? Bueno pues, la dependencia que hemos creado y tenemos, no está libre de conflictos o desavenencias, y cuando estos conflictos no son resueltos de una forma pacífica y ordenada, pues llegamos a las armas para resolverlos. ¡Humanos al fin!
Bueno, pero ¿y qué tiene esto que ver con el comercio internacional, o la globalización? Pues casi todo. Existen varios autores de economía e historia, que han atribuido las dos macro guerras del siglo pasado, precisamente al mal entendimiento en el comercio internacional.
Pero, después de la 2da. Guerra, y gracias al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT por sus siglas en inglés), desarrollamos un entendimiento sobre lo que debería ser el comercio entre países, y como éste debería “tender” hacia su liberalización.
Claro está, que dicha liberalización debería ser sobre la base del intercambio equilibrado para que la relación comercial entre países nos beneficie a todos. O sea, un entendimiento de que, es casi implosive ser autosuficientes, y de que muy probablemente no nos convienes serlo, ni hoy, ni mañana, ni nunca.
Más que pensar en ser autosuficientes, deberíamos pensar en ser estratégicos en un contexto regional y global. Cómo tener productos y servicios, o bien, factores de la producción estratégicos, para enfrentar con éxito el intercambio. Estos dos elementos hablan de ventajas comparativas y competitivas de una región o país. Y ambas se requieren para lograr el éxito en el comercio internacional.
África tiene grandes recursos naturales, ventaja comparativa, pero no los puede explorar pues carece de la técnica y de recursos financieros para lograrlo, ventaja competitiva. A veces la distinción no es tan clara, pues ahí tenemos el caso de Argentina, con grandes recursos naturales (comparativos), y buenos recursos competitivos (su gente con un buen grado de preparación), pero aun así no logra ser exitoso.
Es en este tipo de situaciones donde debemos voltear a otro elemento en la ecuación, que normalmente no es considerado en las teorías del comercio internacional, que es el gobierno o los gobernantes.
Y así es como vemos a países, que tienen todo para sobresalir, como la Argentina, Venezuela, Rusia, y México, pero nomás no lo logran. Pues sus gobiernos populistas o despóticos, o ambos, no dejan que su población pueda aprovechar dichas ventajas.
El comercio internacional se debe ver como una carretera de dos sentidos, uno que va y otro que viene, pues siempre ha sido un mal negocio mandar contenedores llenos de productos a una región del mundo para devolverlos vacíos. Más aún, dicha acción, debería ser también proporcional, en el sentido de que el valor de lo que se mande, sea algo parecido al que se recibe. De tal manera que, las ventajas marginales de dicho comercio sean el incentivo de cada país o región para mejorar.
La pandemia nos ha enseñado que esas rutas de comercio, y de cadenas de valor, era un arreglo muy delicado y frágil. Era un esquema edificado bajo la base del “just in time” para minimizar costos, y por eso se extendió por todo el mundo, hasta donde sé encontraran las condiciones para tener enclaves que dieran a dicha cadena de valor un incentivo de costo o eficiencia.
Y tuvo su debacle con los paros ocasionados por la pandemia. Pero que, como principio, sigue siendo válido. Sin embargo, tenemos que mejorarlo y hacerlo más robusto, aunque esto signifique mayores costos.
¿Cómo puede colaborar el gobierno? Pues sentado las bases para que los actores privados florezcan y se fortifiquen. El gobierno debe proveer de infraestructura para que las ventajas del T-MEC, la cercanía con EUA, y una buena dotación de mano de obra puedan hacer el milagro de fabricar muchos productos para un mercado grande y cercano. O, en otras palabras, estorbar lo menos posible.
El populismo ramplón, el derroche del erario, la corrupción, la inseguridad, la mala educación, el deficiente sistema de salud, la falta de infraestructura, y un decadente estado de derecho, no abonan en nada para que un país progrese y pueda mejorar la distribución de la riqueza entre sus habitantes.
Por eso digo que, no basta con tener ventajas comparativas y competitivas, tenemos que desarrollarlas, fomentarlas y atesorarlas como patrimonio nacional.
México tiene una ventaja comparativa clara, y estábamos en el camino de crear nuestras ventajas competitivas, si no logramos continuar con dicha labor, esta será otra década perdida. Y no sé ustedes, pero a mí, ya se me está acabando el tiempo.
***El autor es Consultor en Comercio Internacional e Inversión Extranjera, con más de 40 años de trayectoria en los sectores privado y público.
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