Eran las 22:30 horas del 13 de marzo, recibí una llamada del hospital –que montó el IMSS para atender el Covid en el Foro Sol. Me avisaron que un médico quería hablar conmigo sobre el estado de salud de mi papá y que debía llegar lo antes posible. Dije que llegaba en 10 minutos. Hice menos tiempo.

Pasada la media noche me avisaron que, a las 20 horas César Hernández García, mi compañero de vida y aventuras, mi mejor amigo y consejero, había perdido la batalla contra esta maldita enfermedad. Sus pulmones no pudieron más y su corazón dejó de funcionar. Había partido parte de mi corazón y de mi vida.

Esa noche fue la peor de mi vida. Había que darle la noticia a mi mamá, quien seguía en casa luchando con sus propias fuerzas contra la neumonía que no la dejaba respirar. Dios decidió dejarnos a mi mamá por un tiempo más.

El adiós del mejor hombre que he conocido. Lo había dicho años antes su suegra y en estos momentos amigos, compañeros de trabajo y familiares. Pero, sobre todo; su esposa, hijos y nieta. No todos nos iremos con esta frase de nuestra pareja: “Siempre me hizo muy feliz, fue el mejor hombre que pude conocer”; y de su suegra “como César no hay dos”. Pocos hombres así.

Cuatro días después, con las cenizas de mi maestro de vida en casa, la terrible enfermedad se manifestó en mí. Aquellos 30 minutos que compartimos en el carro mi papá y yo para su traslado al nosocomio hicieron estragos. Transcurridos cinco días, mi compañera de vida se había enfermado igual –quien ha sido fortaleza y amor para estos terribles días. Yo estaba en camino a internarme, pues no podía respirar y los síntomas eran insoportables ya.

Pasaron tres semanas y un daño de más de 60% de mis pulmones para que pudiera regresar a mi casa. Oxígeno auxiliar, cuidados en casa, mucha paciencia, mi familia y amigos fueron la fórmula para luchar contra esta pandemia que sigue matando personas. Si todos los que mandan mensajes, oraciones, llamadas y las mejores vibras supieran lo mucho que ayudan, seguro el mundo entero lo haría.

Experiencias así hoy son un sin fin. Millones de mexicanas y mexicanos hemos batallado contra el Covid-19; y lo hemos hecho sin la mejor información, sin los cuidados necesarios y con una terrible negligencia del gobierno. Estoy muy lejos de creer las risibles cifras que comparte el gobierno. Hoy la mayoría hemos vivido una experiencia similar. Lo que antes parecía lejano hoy está muy cercano.

¡Al carajo los más de 200 mil muertos que reportan, son muchos más!

Dirigentes careciendo de ser el ejemplo. Sin usar cubrebocas, saliendo a vacacionar sin medidas prudentes y paseándose en la Ciudad pese a dar positivo en las pruebas. Es decir, propagando el virus. Todo ello sin reconocer la popularidad y motivo de ejemplo que son para la mayor parte población que los apoyó en las urnas en 2018 y que según algunas encuestas lo siguen haciendo.

El colmo promocionando más la fuerza moral y las estampitas religiosas que las evidencias científicas que dan detalle de la fuerza de contagio del Covid y de las terribles consecuencias de la enfermedad que muchos hemos padecido.

Estando en el hospital médicos, enfermeras, personal de limpieza y administrativos me contaron terribles historias. Decesos, casos de doble y triple intubación, exposición diaria a la enfermedad y la negligente negación de las vacunas a este personal por ser personal de un hospital privado. Absurda justificación para hacerlo. Deberían ser los primeros en vacunarse, antes de pensar en maestros o cualquier otro grupo poblacional.

El Covid llegó para quedarse. Debemos cuidarnos y cuidar a los demás. Si tuvimos contacto con alguien positivo, debemos guardar cuarentena y no contagiar. No por estar vacunada/vacunado no se puede contagiar. Ojalá así hubiera pensado quien llevó el coronavirus a mi padre.

Como aprendí en el hospital: “con el Covid nada es cierto, todo puede cambiar”.

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