Adiós y gracias, Martin Rocha Pedrajo. fsc.

Los pasos de López llegaron a Ginebra. Ni Jorge Ibargüengoitia imaginó semejante y estrambótico destino para el doctor de la muerte y el dolor: ¡embajador mexicano en la Organización Mundial de la Salud!, premio a Hugo López-Gatell Ramírez, responsable (es un decir) de contener y atemperar los efectos del famoso Covid-19. Amor con amor se paga, no es lo mismo comer “rancho” en Almoloya a cenar fondue en el Vielle Ville de ese cantón helvético.

¿Qué llevará en su valija diplomática el encargado de la ¡prevención! y ¡promoción! de la salud, además de la estampa del Sagrado Corazón de Jesús, con la que López Obrador dijo detener aquella peste en 2020?

Los pasos de López a orilla del lago Lemán estarán acompañados por 4,572 mexicanos muertos sólo del personal sanitario, la mayor cifra nacional del mundo. Orondo presumirá su doctorado en epidemiología por la prestigiosa Universidad (privada) de John Hopkins, sin importarle los 215,281 niñas y niños huérfanos que dejó. Su ego del tamaño del Jet d’Eau, sólo será comparable con el número, también mundialmente relevante, de 833,473 mexicanos fallecidos por coronavirus. (Datos de la Comisión Independiente, donde brilló la inteligencia sin doblez de Jaime Sepúlveda, Sylvia Schmelkes, Antonio Lazcano, Sergio Aguayo, Julia Carabias, Carlos del Río y otros).

Si López sale a dar pasos fuera de su trabajo, y camina rumbo a las oficinas de la Organización Internacional del Trabajo, encontrará en esos jardines la huella que dejó allí, otro López (Mateos): la estatua de Miguel Hidalgo y Costilla en Ginebra. Por eso recuerdo precisamente ese libro del escritor guanajuatense y a su personaje central, el cura Periñón, donde narra las peripecias, los pasos de López, para lograr la independencia de México. El doctor López pues, puede ir al monumento del verdadero López de Ibargüengoitia, y gritar allí como desaforado: ¡es un honor estar en Suiza, con su López Obrador! C’est un honneur. Nuestro enviado puede armar una mañanera a los pies del cura de Dolores, y proponer al mundo (Ibargüengoitia lo aprobaría y México le queda chico) un INSABI global, una farmaciota planetaria repleta de productos Birmex. ¡Gratis vacuna Patria para todos!

Lopez-Gatell quizá se aburra en esa ciudad. Puede conocer a la casa-museo de Juan Jacobo Rousseau, y recordar que “el hombre es bueno por naturaleza, la sociedad lo corrompe”, y decir allí, donde nació el autor de “El Contrato Social”, que en México el presidente “tiene una fuerza moral” incorruptible, inmune a cualquier enfermedad; y repetir ese discurso en el Museo de la Cruz Roja, para jactarse de que la presidenta mexicana “no es fuerza de contagio”. Superchería internacional, lambisconería sin fronteras.

El doctor López también puede disfrutar su impunidad a su mortífera labor mexicana, dando pasos por Rue du Rhône afuera de Tiffany, Bulgari y Piaget, y encontrar a sus compinches de Cuba, Nicaragua y Venezuela; y buscar, con Ibargüengoitia, la casa de la tía Mela suiza, para ahora conspirar contra el neoliberalismo; al encontrarla -siguiendo al novelista guanajuatense- dará como siempre, cuatro golpes pausados y, como la primera vez, una voz cascada le advertirá:

- Aquí no hay nadie, ya todas las muchachas se fueron.

Entonces Gatell grita y anuncia la clave que le abrió la puerta al mundo:

-Es López.

Inmediatamente se descorrerán los cerrojos, se abrirá la puerta, saldrán a la calle media docenas de putas, se hincarán en el empedrado y besarán la mano de López.

Viva la fiesta obradorista. Vivan los (otros) pasos de López, que por el segundo piso de la cuarta transformación llegan hasta Ginebra, Suiza. Viva la impudicia.

Diputado federal

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