No era Silvia Pinal, famosa, diva, cuerpo escultural. Durante casi medio siglo no existió, porque lo que no se nombra no existe y no tenía acta de nacimiento. Vivió gran parte de su vida sin nombre legal, patrimonio, credencial para votar, cartilla de vacunación, boleta de calificaciones, recibos de luz o agua, jamás tuvo un teléfono celular, aunque nació el mismo día que ChatGPT, el 30 de noviembre, pero de 1927 cuando Wiston Churchill cumplía exactamente 53 años y ya era el Primer Ministro del Reino Unido, en México gobernaba Plutarco Elías Calles, mientras empollaba al PRI. Supieron su fecha natal y nombre porque encontraron en un archivo secreto de la iglesia de Villa Jiménez, Michoacán, un documento que daba testimonio de su “fe de bautismo” en la notaría parroquial, la bautizaron a escondidas sus padres Federico y Margarita en “tiempos de la persecución religiosa”, y le llamaron María Esther Andrea de la Salud. El pueblo sólo la conocía como Tello. Era como la tía Chofi del poeta Jaime Sabines, una enviada excepcional de Dios, como Buda, o Cristo, o Mahoma, “personas que nos dicen que nos portemos bien”. Pero como dice el propio Sabines, Dios inventó la muerte, para que la vida ꟷno tú ni yoꟷ la vida, sea para siempre, y Tello murió la semana pasada, le faltaron tres días y tres años para cumplir un siglo.
Igual que la tía Chofi no tuvo hijos, su vocación fue querer a los ajenos, y de la mano con Sabines: “Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte... te pasaste dando la vida a todos. Pedías para dar, desvalida. Y no tenías el gesto agrio de las solteronas porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos… Nunca conociste caricia de hombre y dejaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que beso… Exijo que los ángeles te tomen y te conduzcan a la morada de los limpios”.
La madrina Tello jamás exigió derechos sólo tenía deberes, todo lo creía, todo lo soportoba, todo lo entregaba. Mezclaba rezos y hebras de hilo con dos agujas y ganchillo para hacer figuras, manteles, suéteres o bufandas; su lugar era la casa, y cuando faltaba el sacristán tocaba la campana y limpiaba bancos y santos del templo; amortajaba vecinos, recogía limosnas para el cura, guardaba secretos, cuidaba enfermos y solo la hacían enojar algunos borrachos. La invadía una paz franciscana. Una mujer de provincia que jamás se entendió con la ciudad. Cuando murió su madre y ya había encontrado su acta bautismal, tramitó en el registro civil su acta de nacimiento y se convirtió en persona nombrada por el Estado, solamente Esther, para heredar un ejido. Fue ejidataria, afiliada a la CNC, la Confederación Nacional Campesina. En su vida votó por el PRI. Cosechaba elotes de su milpa para hacer uchepos, el tamal michoacano.
No eran las piernas de “Viridiana” que retrató Luis Buñuel, era pudorosa, jamás se metió en pleitos, y no conoció la soberbia. Sabía comprender y guardar silencio con alegría. Quería a los que conocía sin doblez. Abrazó a sus sobrinos hasta vaciarse el corazón. Misa y comunión diaria. Fiel a la Orden Terciaria, cada 4 de octubre, día de San Francisco, se ponía el cordón del santo de Asís y cantaba aquello de que: “donde haya odio, siembre yo la paz… donde haya desaliento, esperanza…”. México avanzará, como dijo el mismo Churchill, cuando le demos mayor valor a las personas “útiles” que a las “importantes”. Descansa madrina Tello, no rompiste techos de cristal, rompiste el cielo; busca a la tía Chofi, y juntas, díganle a Dios que se porte bien.
Diputado federal