Todos tenemos derecho a decir, pensar y hacer lo que nos dé la gana, sí, pero ¡educa tu gana!, decía el narrador urbano Carlos Monsiváis.
No se qué estupidez salió a las calles de la colonia Condesa, a mentarle la madre a los norteamericanos, el mismo día que Estados Unidos festeja la independencia de su país. Esa imbecilidad manipulada o genuina, no es un mero acto vandálico, no es asunto de gendarmes para poner orden entre muchachos bobos, que lo mismo defienden al sátrapa Daniel Ortega, que creen suficiente con rascarse el escroto y empuñar una bandera de Palestina o ponerse calzones con la cara del “Che” Guevara, para entrar a la Facultad de Medicina de la universidad nacional. El pase automático a la UNAM, fácilmente se cuatrotransforma en pase automático al Starbucks, y a los negocios comerciales, para hacer lo que les dé la gana.
La misma estupidez, de igual aceleración y proporción pero en dirección contraria, son los llamados “whitexicans”, esa repugnante actitud de algunos mexicanos que viven en el privilegio y les importa poco la desigualdad y la falta de oportunidades de sus paisanos. Ellos tienen acceso a educación y salud de calidad, viajes internacionales, y todo un océano de posibilidades, como rezaba el slogan de un viejo anuncio bancario, aunque “lo demás” y “los demás” naufraguen en ese mar de injusticia, desde el yate la vida es más sabrosa. “Pinche indio… naco… no tienes un mugroso peso”, grita en el mismo lugar, impunemente una señora, desde su Mercedes-Benz, a un agente de la policía. ¿Dónde estás Monsiváis ahora que te necesitamos?
Pero la foto del desmán a la convivencia en la Condesa, quebrando vidrios en los negocios y una dama histérica insultando a un policía, no se resuelve con el reclamo de los que sólo piden “orden”, es insuficiente, simplón y ahonda el disparate. El tema es más profundo. ¿Por qué se generan esas ofensas? ¿Quién es el responsable de la convivencia social en paz?
Octavio Paz dijo en “El laberinto de la soledad”, que “La historia de México, es la de un hombre en busca de su filiación, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, pocho…”. El mexicano no “es”, “va siendo”. Es una cultura abierta al mundo. Por eso revuelve las tripas ese encono. Lo mismo somos un grito en Roma o Rio de Janeiro de los fifis, que un conductor de un camión en Houston, un agricultor en California, un pescador en Alaska, o un “rufero” en Virginia. Somos los condicionantes que nos pongan, en territorio nacional o extranjero, esas “circunstancias” de que hablaba el “yo” (mexicano) de José Ortega y Gasset. Somos de las sociedades más globalizadas del planeta, amputarnos la posibilidad de convivir con “el otro”, es quitarnos nuestra mexicanidad.
Pero resulta que la cultura morenista ya sentenció definitiva y categóricamente quién es mexicano, y quién no lo es. Divide, hiere, lastima y confronta para vencer y gobernar. Ya quebraron la identidad nacional mexicana, están sembrando y cosechando las diferencias, las rupturas, las heridas, en lugar de curarlas, asimilarlas, encauzarlas, comprenderlas, consolarlas o sanarlas. Carroña política.
Profundizan con falsedades y simulación una diferencia entre pueblos indígenas y mestizos. Asesinan el criollismo, dizque para dar justicia a los pueblos indígenas; dicen querer la igualdad social y son cobardes para presentar una reforma fiscal donde verdaderamente tributen los que más tienen. Entra y salen con más poder a Palacio Nacional los empresarios, con su zalamero Francisco Cervantes, que los indios purépechas de Cherán que autoprotegen a su pueblo de los delincuentes, o los tarahumaras a los que les asesinaron a sus sacerdotes jesuitas, Javier Campos y Joquín Mora.
Crean tempestades en una “mañanera” y luego se asustan de los charcos de agua de la Condesa. ¿Acaso creen que es gratis, sociológicamente hablando, que el nuevo presidente de la Suprema Corte desprecie la toga negra neutral y diga (boca suelta) que se pondrá un disfraz autóctono, cuando el personaje tiene dos apellidos ibéricos, y uno igualito al de la reina de España? Por cierto, ¿seguimos exigiendo perdón a España? Porque en la lógica de los vándalos de la Condesa, España nos gentrificó.
El discurso gubernamental de Morena es mexicanicida por mesticida. Y eso tiene efectos de tirria en la población. El discurso antinorteamericano, antiespañol, anticonservador es la mejor coartada para pretextar la ineficacia gubernamental. No pueden poner un hospital con medicinas, pero sí decir “los ricos roban”, aunque las ciudades estén llenas de farmacias privadas autorizadas. La diplomacia mexicana no puede negociar un tratado comercial, pero sí dejar decir “los gringos roban” el territorio. No pueden con la seguridad pública, pero todo es culpa de Felipe Calderón, aunque hayan militarizado totalmente al país.
No tardan esos vagos de la Condesa, “hitlercitos” de cuarta transformación, trasladar su protesta a Polanco, y empezar sus pogromos contra los judíos. La responsabilidad será de Morena. Esas patologías mexicanas, deben condenarse, tanto los gritos de “naco” de una mujer privilegiada a policía indefenso, servidor público; y las pedradas mentándole la madre a los Estados Unidos y a Israel con la kufiya en el cuello. Ambas excrecencias pueden acabar en muerte y dolor.
Morena alienta ese integrismo de raza, clase, sexo, y lo solivianta para ganar en los bordes del traumatismo o el arañazo. La “víctima gubernamental”, genera víctimas de verdad, en lugar de enfrentar esa realidad.
Quiero terminar, con Monsiváis, que tanto amó a la Ciudad de México. Un día le preguntaron ¿qué es la inteligencia?, ya deberíamos saber la respuesta: “La inteligencia es la capacidad de reírte de modo automático ante el 99% de los discursos que se profieren”. La mayoría de los mexicanos son inteligentes, sólo una marginalidad “odia por los discursos que se profieren”.
Diputado federal