¿Una Constitución meretriz?, usada, manoseada, escupida, ultrajada, violada, por los que gobiernan la nación en su nombre. Abren sus páginas para borrarle o agregarle los caprichos de los gobernantes. Sin conocer sus vibraciones históricas y venerarlas, sin entender por ejemplo que en Plaza de la Constitución en la CDMX, se llama así por la promulgada en Cádiz en 1812, o que la Constitución morenista no dejó nada, absolutamente nada del federalismo que estipulaba la de 1824, que las profundas huellas liberales de la de 1857 son piezas de museo, y las biografías que la redactaron, como Ponciano Arriaga, Francisco Zarco, Melchor Ocampo, son tumbas olvidadas. Que el dolor que sanó y ¿por qué no? el dolor que provocó, nadie lo discute con seriedad y profundidad. La Constitución vigente, de 1917, es un libro sin respetar, poesía para recitar. Un papel higiénico para limpiar el trasero de los gobernantes guindas y arrojarlo en un albañal del bienestar.

En una semana nuestra Constitución, la ley fundamental y fundante de todas las demás leyes que, se supone, ordenan nuestra convivencia social, cumplirá 108 años de que se juró en el Teatro de la República en Querétaro, con la presencia de Venustiano Carranza. ¿Qué es hoy esa Constitución? La pregunta ya se la había hecho Ferdinand Lasalle (1825-1864), un abogado y jurista, amigo de Carlos Marx, Federico Engels, Alejandro Von Humbodlt, y otros famosos de la vieja Prusia. Lasalle fundó la Asociación General de Trabajadores de Alemania, abuelo del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) que hoy gobierna (zarandeado por la ultraderecha) con Olaf Scholz como Canciller. Pues resulta que Lasalle, entre agitar trabajadores, darle ideario a su partido, polemizar en universidades, y cartearse con filósofos, se dio a la tarea de escribir un librito, producto de unas previas conferencias dictadas en 1862, para responder a esa pregunta: ¿Qué es una Constitución? Y dice que no es otra cosa que la suma de “los factores reales del poder”. Es el querer de quien impone su voluntad a las personas en un lugar y tiempo. La Constitución es, pues, el resultado de un acuerdo del ejército, la iglesia, la burguesía, los grandes terratenientes o la burocracia.

Igual hoy, la Constitución no es el texto de derechos o deberes de los mexicanos, ni las atribuciones de cada uno de los poderes de la Unión, los Estados o municipios. La Constitución mexicana hoy es la energía o atrevimiento de lo que ordene a placer la Presidenta. No es el mundo empresarial, ni los trabajadores organizados, menos las universidades, ni los centros sociales, muchos de ellos llenos de cobardía. La Constitución en su cumpleaños 108 es, y lo fue mucho tiempo durante el PRI, el deseo presidencial en turno. ¿Exagero? Vean la rifa de feria de los candidatos a jueces del poder judicial.

Ferdinand Lasalle pistola en mano desafió a duelo al rival de amores a las afueras de Ginebra. Amaba y quería casarse con Helene von Dönniges, pero su padre odiaba a Lasalle. Murió en el enfrentamiento. Tenía 39 años. Era 1864, en México ya no gobernaba una Constitución, sino la voluntad de una sola persona: Maximiliano de Habsburgo.

Lección: la izquierda mexicana, podrida de viejo priísmo, no conoce a Lasalle y menos a su amigo Pierre-Joseph Proudhon; los factores del poder como empresarios, eclesiásticos, militares, no tienen la bravura y entereza para desafiar al poder, no hay Constitución, y a México lo pretende gobernar, una sola persona, un emperador: Donald Trump.

Diputado federal

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