El último grito mentiroso con el que se despide el Presidente mexicano es ese: “España nos roba”. ¡Qué vergüenza! Ya en los últimos días nuestro presidente menguante no sólo se cree Francisco I. Madero, por instaurar la democracia, o Benito Juárez, o Morelos, ahora tomó el disfraz de Miguel Hidalgo y Costilla y en el grito de independencia pasado le faltó exclamar: “Mueran los gachupines”.
¿Por qué lo hace? Porque le conviene y ordeña subrayar las diferencias entre mexicanos y acentuar la ofensa y el golpe al distinto. Se queja del Rey de España y, paradójicamente, maneja magistralmente el apotegma atribuido a los emperadores Julio César y Napoleón: “Divide y vencerás”. No le importa la unidad de una nación “indivisible” e “intercultural”, según dice nuestra Constitución; por el contrario, promovió hasta el final de sus días la discordia, el caos, la bronca. Busca partir a México en una sociedad de “indígenas puros” y “españoles impuros”. Juicios que hacía el Tribunal español del Santo Oficio de la Inquisición, para comprobar la “pureza de sangre” de los verdaderos cristianos y no se le fueran a “colar” musulmanes o judíos, que de inmediato eran registrados como infieles. ¿Es más mexicano quien tiene “pureza de sangre autóctona”? Jamás pasaría ese examen el propio Presidente, ya que su abuelo, José Obrador, nació en un pueblo de Cantabria, Ampuero, que está entre Santander y Bilbao. ¿Tampoco es mexicano Paco Ignacio Taibo II, por nacer en Gijón, España? Los cinco apellidos más comunes en México son: Hernández, García, Martínez, López y González, todos con origen español.
¿Quieren que España pida perdón por la conquista? Pues, AMLO y Claudia deberían empezar por otros nombres y apellidos, como el de Xicohténcatl Axayacatzin, jefe tlaxcalteca que se unió a los españoles. Sólo basta leer a Octavio Paz en “El laberinto de la soledad” para recordar que la llegada de los españoles fue una “liberación” de los pueblos sometidos por los aztecas, que contemplaron “con indiferencia, cuando no con alegría”, la caída de Tenochtitlán. Ni modo de pedirle disculpas al español Francisco Javier Mina, nacido en Navarra y fusilado en Pénjamo, Guanajuato, por pelear a favor de la independencia de México, como Hidalgo y Morelos.
Emitir un bono con un fideicomiso específico para endeudar a México, para pagarle 1,490 millones de dólares a la empresa española Iberdrola, al comprar 13 centrales eléctricas, y después hablar de saqueo histórico, sencillamente es tener “cara dura” como dicen los españoles; no tener vergüenza, como decimos nosotros. ¿No movió el trazo original del Tren Maya, para no afectar a los hoteles españoles de la Riviera de Quintana Roo, y sí arrasar la selva? En actitudes gubernamentales tan francamente pequeñas como “no te invito a mi fiesta”, recuerdo a José Vasconcelos, en su Breve Historia de México, cuando afirma que “en vez de tanto discurso de agitadores sin conciencia”, deberíamos honrar al burro o al caballo, traídos de España, por haber liberado a los tamemes indígenas de la carga. Sí, Vasconcelos tenía razón. Hizo más por los pueblos indígenas el burro o el caballo, que los líderes de Morena, que le aumentarán, poco a poco, la carga de pagar sus programas de apoyo efímeros y sus pleitos diplomáticos inútiles. ¿En dónde les gustaría trabajar, en BBVA-Bancomer o en el Banco del Bienestar?
Somos Purépecha y Castellanos, somos Chichen-Itzá, Tzintzuntzan, el Tajín en Papantla, pero también somos la catedral de Zacatecas, de Morelia o Santo Domingo de Oaxaca. Somos el Quijote y el Popol-Vuh. Somos, sí, Hernán Cortes y Malinalli, La Malinche. Somos México y nuestra Acta de Independencia cumple pasado mañana 203 años, y la firmaron muchos hispanos.
Diputado federal