“Es la economía, estúpido”. Frase exitosa de la campaña del presidente Bill Clinton en 1992 contra Geeorge W. Bush, que se presta a la fácil réplica “Es el Estado, estúpido”, para explicar la nueva conquista de Trump.

Al parecer la inventó uno de esos consultores, reyes efímeros que cobran carísimo por masticar ocurrencias que vomitan sus candidatos, para ganar (y perder) elecciones montados en olas de humores momentáneos, y les importa un rábano el pensamiento y, sobre todo las consecuencias ulteriores. Mercadotecnia electoral pura, palabras de trago instantáneo, úsense y luego tírense. Todos jugaron a la política con las leyes del mercado, hicieron del ascenso al poder una campaña de publicidad donde rebajaron al sufragio al grado de una basura utilitaria que se deposita en una urna, y convirtieron al político en un producto exitoso por “vendido”. Fast food. Ahora toca lamentar su falta de nutrición, dolerse sin energía para construir un destino. El marketing político, el eslogan bobo y pegador debilitó, pudrió o mató, como comida chatarra o medicina ineficaz nuestro sistema inmunológico cívico; y Donald Trump es el más acabado producto de ese estilo de hacer política soportada en la herramienta de inversión-empresa-mercado. ¿Cuál sorpresa? Trump es el vacío de los valores y la victoria de la moral de los consumidores, de los ciudadanos tratados por la “política-mercado” como clientes. Y al cliente, lo que pida. Gobernar es comprar.

Un análisis simple de la campaña presidencial de Estados Unidos, prueba lo dicho: Trump rehuyó cualquier deliberación seria en universidades por ejemplo, ¿visitó algún centro de saber?, ¿hospital, laboratorio?, ¿centro cultural?, solamente sostuvo un debate en televisión con su adversaria Kamala Harris; nada de confrontación, argumentar y defender una tesis, refutarla con su antítesis, mucho menos pedagogía social.

Llegó a la Casa Blanca con gritos, frases, musiquita de Village People, ¡Y-M-C-A!, y ademanes bobalicones para celebrarlos con rebaños producidos, algoritmos pactados, escenarios impostados y letanías repetidas. Acentuar temores antes que construir certezas fueron los peldaños de su retorno a Washington y, como en cualquier melodrama cinematográfico gringo, no debe faltar el superhéroe. ¡Y si, además, le pusieron un balazo y le ensangrentaron el rostro bajo la bandera de los Estados Unidos!, pues el trofeo, con su botín estaban asegurados.

¿Querían un Estado?, lo demolieron principalmente los neoliberales —que no son lo mismo que los liberales—, debilitaron tanto el Estado en favor de la libre competencia, de una democracia confundida en un el simple acto de votar, sin ponerle adjetivos, reclamaron hasta el cansancio la “injerencia indebida” del Estado, que allí lo tienen: el sistema es un Estado enclenque, cuyos hilos de poder están en el dinero de Wall Street, y en la fuerza bruta de un portaaviones nuclear. Es enternecedor el senador Noroña y su declaración: “No vamos a aceptar la intervención militar”, cuando tiene la comercial hasta en el sistema de votación del Senado.

La foto de toma de posesión de Trump fue icónica de la derrota del Estado, no fue ante el pueblo en los jardines del Capitolio, sino ante unos congresistas relegados, y un protagonismo de los dueños de Meta, Amazon, Google, Tesla, Apple. Para los sorprendidos de por qué se retira Estados Unidos del Acuerdo climático de París y de la Organización Mundial de la Salud, la respuesta es sencilla: ¿qué otra globalización quieren? ¿no vanagloriaban la mundialización del dinero? ¡Es el Estado, estúpidos! Ya no existe ese régimen de asociación humana con una ordenación social. Sólo existe una masa, un homo economicus, que vale por su capacidad financiera. ¿Quería una razón de Estado?, no hay más ley que la de la oferta y la demanda, y es superior y anterior a la de la dignidad humana. ¿Querían un fin del Estado?, no hay bien común en una sociedad individualizada, ególatra y egoísta. ¿Quería un hombre de Estado? Pues allí está ese disfraz del nuevo rey Luis XIV, diciéndole al mundo “el Estado soy yo”. ¡No hay estadista en una sociedad consumista. Sólo hay dueño!

Diputado federal

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