Trató de recuperar el “imperio terrenal” del papado y fracasó. Murió en el puerto de Ancona, al intentar como Moisés, abrir las aguas y encabezar personalmente, pese a su grave enfermedad en una pierna, una nueva cruzada para recuperar Jerusalén, de los moros. “Ni los ruegos, ni las advertencias sirvieron de nada. Había pasado la época de aquella juvenil cristiandad caballeresca y a ningún Papa le fue posible resucitarla de nuevo” (Leopold Von Ranke). El catolicismo no debería intentar recuperar ese brioso y soberbio emperador, Sumo Pontífice, sino seguir el ejemplo de Francisco, un Papa que abrace al pecador y denuncie, sin clemencia, las injusticias sociales.
Eneas Silvio Piccolomini (1405-1464) hizo lo que ningún Papa, escribió unas memorias y dejó detalles del Cónclave que lo eligió Papa. “Balconeó” a los que no votaron por él. (Existe una película “The Conclave”, de Christoph Schrewe, de 2006, distinta a la reciente “Cónclave”, de Edward Berger, de 2024).
Piccolomini llegó al papado en 1458, apenas cinco años después de la caída de Constantinopla a manos de los musulmanes. Una sensación de derrota invadía a Roma. Hombre culto, cuyo libro favorito era la “La Eneida” de Virgilio, se hizo llamar como el protagonista: Pius Eneas, Pío II.
Pío II fue hijo de un aristócrata arruinado y su padre le dijo: “la cultura es un tesoro que nadie podrá arrebatarte”. Citaba de memoria a Cicerón, Platón, Aristóteles y Virgilio. Escribió libros de poesía, una historia erótica, un tratado de astronomía que se dice lo tenía Cristóbal Colón en su biblioteca. Fue un humanista, europeísta. Nunca se casó, pero tuvo relación con varias mujeres, incluso procreó dos hijos, fue secretario de un antipapa, amigo de emperadores, y hasta envió una carta, ingenuo, al sultán Mehment II, cuando invadió Constantinopla, para invitarlo a convertirse al cristianismo y en un nuevo Constantino.
Dejó claro todos los detalles del Cónclave en sus “Comentarios”; nombres, votos y manipulaciones. Eran 26 cardenales, pero sólo llegaron 18, se necesitaban 12 sufragios, competían el cardenal de Ruan, Francia, y el de Bolonia, Italia. En la tercera noche el cardenal de Ruan hizo campaña con sus compañeros al salir de las letrinas.
Piccolomini, que era gran orador, denunció que se estaba haciendo propaganda en el baño. Que era indigno que el Papa saliera de un retrete; con su discurso, y la oportuna intervención de Rodrigo Borgia, que se quedó con la Cancillería-tesorería, ganó 11 votos, se puso en pie el cardenal Colonna para votar por Eneas Silvio, lo intentaron sacar a empujones para que no votara y en la puerta gritó: “Voto por Piccolomini y lo hago Papa”. Para su coronación, por su pierna enferma lo cargaron en una silla papal, sede gestatoria, costumbre que acabó quinientos años después con Juan Pablo II, en 1978. (Todo en “Así fui Papa”. Antonio Castro Zafra).
Piccolomini vió y describió en “La Europa de mi tiempo”, cómo ese poder universal eclesiástico moría, el poder pleno papal y nacían, fragmentados, múltiples los reinos centralizados, los Estados-naciones de los que después nos hablarían Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau y Hegel.
Como ya apuntamos, Pío II muere en 1464. La imprenta de Juan Gutenberg, como nuestras comunicaciones digitales, ya estaba en marcha, la inventó allá por 1450. Pico della Mirandola reclamaría 20 años después el derecho del hombre a la discrepancia y sentó las bases de un antropocentrismo. Copérnico nació nueve años después de muerto Poccolomini, y Colón descubrió América 28 años después. Ese nuevo mundo reclamó un papado nuevo. Los Borgia se pelearon con los della Rovere. Un sobrino de Pío II, llegó a Papa, Pío III, y murió a los 27 días de ganar la elección en medio de acusaciones de envenenamiento.
Vivimos un cambio brutal de época mundial. El rito del Cónclave es ancestral. El nuevo Papa no puede tener como ruta la nostalgia en la era de la inteligencia artificial. No a un Pío II de esa cristiandad caballeresca imperial que quiera acabar con los extraños; ojalá venga un Francisco II, que empuñe con fuerza la bandera de los migrantes, la misericordia y la paz. Humanista sí como Pío II, pero también humano.
Diputado federal