El pasado 10 de enero Nicolás Maduro juró como presidente de Venezuela por un nuevo periodo de seis años. Maduro se reelige con el contubernio del Consejo Nacional Electoral, un organismo controlado por su gobierno, el cual lo proclamó ganador sin haber podido demostrar con las actas correspondientes que ganó las elecciones de julio del año pasado, lo que derivó en una ola de protestas de cientos de miles de venezolanos al no respetarse la voluntad popular y cansados de tantos años de sometimiento, pérdida de libertades y detrimento en la calidad de vida que ha provocado la muy dolorosa migración de casi ocho millones de venezolanos.
La comunidad internacional insistió en algo tan simple como convincente, que se publicaran las actas para resolver el conflicto, lo que sí hizo la oposición. Maduro respondió con el irracional argumento de un supuesto “ciberataque” al sistema de divulgación de resultados, haciendo evidente ante el mundo que no pudo comprobar su triunfo, lo que lo convierte, adicionalmente al dictador que es, en un presidente ilegítimo. También manifestó reiteradamente que no estaba dispuesto a entregar el poder, inclusive, amenazó con un derramamiento de sangre.
Este escenario le costó el apoyo de líderes de izquierda. Gabriel Boric, presidente de Chile, fue contundente calificando al gobierno de Maduro como una dictadura. Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil, manifestó su preocupación por la falta de transparencia en las elecciones venezolanas e instó a Maduro a respetar los derechos humanos y los procesos democráticos. Algo similar externó Gustavo Petro, presidente de Colombia.
A pesar de la larga lucha personal de María Corina Machado desde la clandestinidad reapareciendo en la marcha del 9 de enero, del activismo internacional de Edmundo González y del apoyo de una gran cantidad de países que han reconocido a este último como presidente, no fue posible crear las condiciones de su regreso para asumir el cargo de presidente de Venezuela.
En su éxtasis dictatorial, pretendiendo vestirse de demócrata, Maduro dio a conocer que firmaría un decreto para constituir una amplia comisión “nacional e internacional” para ir a una gran reforma constitucional con debate y diálogo de todos los sectores políticos, sociales, culturales y económicos del país. En su toma de protesta juró que este nuevo periodo presidencial será el periodo de la paz, la prosperidad, la igualdad y la nueva democracia.
Vaya usted a saber qué pasa por la mente de un dictador. La historia ha demostrado una y otra vez que el poder absoluto y la represión conducen inevitablemente a finales trágicos y violentos. Dictadores como Hitler, Mussolini, Ceauşescu, Hussein y Gaddafi se aferraron al poder a costa de la libertad y el bienestar de su pueblo, terminaron muertos enfrentando las consecuencias de sus acciones. Algunos, tras ser derrocados, lograron huir y recibieron asilo político en otro país; el caso más reciente el de Bashar al-Assad, expresidente de Siria, quién huyó a Rusia a finales del año pasado. Caso emblemático en América Latina el del dictador Manuel Noriega quién fue derrocado mediante una invasión militar de Estados Unidos a Panamá en diciembre de 1989.
Al reprimir la voluntad popular y perpetuarse en el poder, Nicolás Maduro parece seguir un camino similar. Quienes viven en Venezuela tendrán que seguir enfrentando a este régimen dictatorial. Dudo que se dé algún tipo de intervención externa más allá de la condena internacional, las sanciones económicas y de no reconocerlo como presidente. Deseo por el bien de los venezolanos que los días de Maduro, el dictador, estén contados.
Experto en fiscalización. X: @gldubernard