Falta año y medio para las elecciones, pero las expectativas y esperanzas de obradoristas y opositores, ya están a la orden del día. Va por México arrancó febrero con una sonriente foto de los dirigentes del PAN, PRI y PRD, compartiendo la mesa y las esperanzas; Lilly Téllez, que ya parece despegar como puntera de la precandidatura opositora, multiplica en Twitter promesas de campaña y hasta presume dónde le van a poner la banda presidencial.
Al menos de dientes afuera, el ánimo opositor pinta optimista. Después de todo, proclaman, el fracaso de la administración López Obrador es evidente y los ciudadanos se están desencantando de Andrés Manuel. En el 2024 vamos a ganar y recuperaremos todo lo perdido, el mal sueño del obradorismo quedará atrás y los mexicanos recibirán entre aplausos el regreso de la tecnocracia, de las instituciones y del futuro.
Sin embargo, fuera de la burbuja opositora, la realidad pinta muy distinta. Hoy, tanto en las calles como en las encuestas queda claro que, a pesar de los pesares, la alianza oficialista mantiene una ventaja de entre 10 y 15 puntos sobre la alianza opositora. Una pandemia y mil escándalos después, Andrés Manuel López Obrador conserva una popularidad cercana al 60%, el naciente régimen controla casi dos terceras partes de los gobiernos estatales y Morena mantiene niveles de aceptación claramente superiores a los de cualquier partido político opositor.
¿Cómo es esto posible? ¿Qué la gente no se ha dado cuenta, del desastre obradorista? ¿Qué no han entendido que la “transformación” prometida resultó la misma, vieja y mañosa política? ¿Acaso los escándalos al interior de Morena no deberían ser prueba suficiente de que dicho partido, es, igual a la vieja partidocracia?
Bueno, sí. La gente se da cuenta, los mexicanos tienen más de dos centímetros de frente. Claro que notan lo que pasa, pero no basta con eso para que voten por la oposición.
Es cierto que la ilusión obradorista se ha desdibujado. Más allá del núcleo de fanáticos, que no aceptará jamás los errores de su líder, la mayor parte de la población tiene muy claro que la “cuarta transformación” dista mucho de aquella fantasía de la campaña y de las mañaneras. Saben que AMLO no es un mesías, pero de todos modos van a votar por el candidato que él apoye.
¿Por qué? Porque les cae mejor que la oposición. Quizás se desencantaron de Andrés Manuel, pero al prian lo detestan.
La oposición ha sido razonablemente exitosa en cuanto a crear un ecosistema de medios y mensajes que articule, las voces antiobradoristas y vuelva políticamente viable una alianza entre los grandes partidos de la transición, que apenas hace cuatro años habría resultado, no solo absurda, sino inimaginable. Va por México existe y funciona, esa es la buena noticia.
La mala noticia es que, al enfocar todos sus esfuerzos en explicar por qué la gente no debería respaldar a López Obrador, la oposición no ha dedicado el tiempo suficiente a explicar, porque sí deberíamos apoyarlos a ellos. Han demostrado que Andrés Manuel y sus cómplices son políticos mañosos y corruptos, pero no han desmentido en lo más mínimo el consenso nacional respecto a que los políticos del PRI, el PAN y el PRD, son mañosos y corruptos, además de insufriblemente arrogantes.
De fondo, el problema es que la hoy oposición todavía no ha entendido la gran lección del 2018. Se convencieron de que el triunfo obradorista fue el resultado de la habilidad de Andrés Manuel para engañar a los votantes y, por lo tanto, llegaron a la conclusión de que para ganar en las siguientes elecciones bastaba con romper el mito que lo rodeaba. Y sí, es indiscutible que la habilidad, de Obrador para construir un mensaje atractivo y rodearse de un aura de pureza fue importante para conseguir el triunfo electoral más amplio en casi 40 años, pero no era la fórmula completa.
La otra parte que la hoy oposición se volvió odiosa a los ojos de decenas de millones de mexicanos, que consideran imperdonable lo que perciben como una mezcla de corrupción, arrogancia e hipocresía, por parte de los partidos, que construyeron la transición y la modernización institucional del país, pero lo hicieron para servirse con la cuchara grande.
Más allá de matices y pretextos, el PRI y el PAN cargan con este lastre, y no lo han entendido. Después del 2018, además de desacralizar a López Obrador, tendrían que haber hecho un esfuerzo notorio para reconocer sus errores, castigar a sus corruptos, y demostrarle a los ciudadanos que habían entendido el mensaje y estaban actuando en consecuencia.
No lo hicieron. Por eso, ahora la sociedad no partidizada ha reafirmado su conclusión de que “todos los políticos son iguales”; y, si todos son iguales, habrá que apoyar al que caiga más simpático o al que reparta más despensas. En ambos factores, el obradorismo tiene las de ganar, porque controla la maquinaria del gobierno y porque su mensaje nacionalista y nostálgico se asimila con mayor facilidad.
Pensemos en un ejemplo concreto: las refinerías de PEMEX. La oposición condena, con toda razón, el infame desperdicio de dinero en la refinería de “Dos Bocas”, pero el obradorismo recuerda, también con razón, el también millonario desperdicio calderonista de aquella nueva refinería que se quedó en barda perimetral y el monumento a la suavicrema, construido con pretexto del bicentenario.
Tras escuchar los dos argumentos, el ciudadano que está en medio llega a la conclusión de los desperdicios de ambos bandos son equivalentes, pero la narrativa obradorista de “rescatar” a PEMEX para salvar la soberanía y aprovechar “nuestro” petróleo le hace más sentido, porque está alineada a la narrativa que durante décadas le alimentaron desde el propio gobierno. Y, para colmo, el obradorista es alguien como él mismo, a diferencia del tecnócrata opositor con pinta de fifí y título del extranjero.
Una historia similar opera en muchas otras polémicas, desde el INE hasta la militarización, los servicios de salud o los fideicomisos, por eso la oposición sigue atorada en su burbuja de 30 y tantos por ciento, lo suficiente como para ser un contrapeso, pero no para recuperar la presidencia.
Para ganar el 24, Va por México necesita mucho más que un buen candidato, una buena campaña y una marabunta de focus groups; necesitan entender, de una buena vez, por qué la gente no los quiere, reconocer lo que han hecho mal y demostrar con acciones concretas que son dignos de recuperar la confianza que perdieron. No se trata de que le copien el discurso a Obrador ni de replicar la demagogia caprichosa e irresponsable de su movimiento; se trata de que sean mejores, y de que la gente se los crea.
Hace algunos años, Obrador dijo que la oposición estaba moralmente derrotada. Yo creo que se equivoca. En todo caso, el pueblo ha decretado, moralmente, un empate, pero a la oposición no le alcanza con el empate. Si, para mediados del 24, esta sigue siendo una lucha de iguales, la va a ganar el candidato de López Obrador. Así de claro.