Estamos calentando el planeta a un ritmo alarmante. Acabamos de experimentar el mes de enero más caluroso jamás registrado. Se alcanzó una temperatura de 1.75ºC por encima del promedio, según Naciones Unidas. Esto se atribuye principalmente a la quema de combustibles fósiles.

No es solo cuestión de sentir más calor: es una crisis que está costando vidas y devastando ecosistemas. Los incendios en Los Ángeles, California, de acuerdo con información de la BBC, obligaron a evacuar a más de 180,000 ciudadanos y dejaron una estela de destrucción sin precedentes.

Las Conferencias de las Partes (COP) han sido un cúmulo de promesas incumplidas. En la COP 29, celebrada en Azerbaiyán, se instó a los países desarrollados a entregar 300,000 millones de dólares cada año a los países en desarrollo hasta 2035 para efectivamente mitigar los efectos del cambio climático. No solo es insuficiente, sino que la falta voluntad política continúa bloqueando cualquier avance real.

Peor aún, el reciente anuncio del presidente, Donald Trump, sobre la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París refuerza una narrativa peligrosa: el cambio climático y sus efectos no importan. Además, el mandatario ha hecho una clara apuesta por el fracking, que acelerará el calentamiento global y la contaminación del agua.

En México la situación no es mejor. Durante la administración pasada, se desarrolló el mal llamado Tren Maya, un proyecto con gran opacidad del impacto negativo que tendría en el ecosistema de la región –tan solo la construcción del tramo 5 dañó más de 100 cavernas y las aguas han sido contaminadas por los pilares de acero y cemento–. También se eliminaron proyectos de vigilancia en áreas naturales que combatían la tala clandestina -de acuerdo con el documento Estimación de las pérdidas económicas por la tala ilegal en México, publicado en 2022 por la SEMARNAT y el INECC, se estima que al menos 70% de la madera que se comercializa en el país tiene origen ilegal-.1 Además se continúa favoreciendo el uso de combustibles fósiles. Recordemos la apuesta que se hizo por la Refinería Olmeca en Dos Bocas que, de acuerdo con fuentes periodísticas, cerró el año pasado con una operación promedio de 9.4% de su capacidad instalada.2

Ante este panorama desolador, la solución no puede seguir esperando decisiones de alto nivel. Urge la acción coordinada entre empresas, gobiernos locales, academia y sociedad civil. No basta con generar conciencia; hay que materializar proyectos que protejan los ecosistemas y mitiguen los efectos del cambio climático.

Las empresas deben adoptar un rol más activo y territorial. Es momento de que el sector privado asuma la responsabilidad de proteger los entornos en los que opera. Esto significa impulsar corredores biológicos, financiar la regeneración de áreas verdes y promover soluciones de infraestructura verde.

En México existen 232 Áreas Naturales Protegidas, lo que representa poco más de ¡98 millones de hectáreas! Pero el presupuesto para su conservación es de apenas 1.19 pesos por hectárea. Esto es insuficiente, por lo que las empresas, de manera coordinada, con las comunidades y la academia podrían jugar un papel relevante en el apoyo y conservación de estos ecosistemas.

Las ciudades también juegan un papel clave. La Ciudad de México tiene más de 11,700 áreas verdes, de acuerdo con el Inventario de Áreas Verdes de la Secretaría del Medio Ambiente del Gobierno de la Ciudad de México. Hablamos de camellones, glorietas, barrancas, parques, deportivos, viveros, entre muchos otros espacios en todas las alcaldías.3

Hay ejemplos de casos de éxito de cómo la recuperación de un área verde puede mejorar la calidad de vida de miles: el Canal Nacional, en Iztapalapa y Coyoacán, pasó de ser un basurero con plagas y fauna nociva a un Área de Valor Ambiental, transformándose en parque público con juegos infantiles, gimnasios al aire libre, andadores, ciclovía, trotapista y puentes mirador, entre otros. Acciones como estas no solo garantizan espacios para convivencia, sino la preservación de especies clave para el equilibrio ecológico.

México es uno de los cinco países más biodiversos del mundo. Más allá de las cumbres climáticas y los acuerdos internacionales, la verdadera solución está en acciones locales coordinadas que generen cambios urgentes, efectivos y evidentes. Necesitamos la unión de empresas, gobiernos y academia para regenerar ecosistemas, crear empleos verdes y transformar las ciudades en espacios sostenibles. No hablamos de un problema futuro. Se trata de una crisis del presente. Y la única opción que tenemos es actuar ¡ya!

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