Esa mañana el éxito le cobró la cuenta a Raúl.
“Raúl, tienes presión alta y obstruidas dos arterias. Si no te atiendes ahora, eres un buen candidato a un infarto”, le dijo su cardiólogo. “¿Cómo puede ser?, respondió Raúl, un exitoso financiero que todas las mañanas corría cinco kilómetros, cuidaba su alimentación y estaba delgado. La noticia lo dejó perplejo.
Raúl de 52 años le daba salida al estrés trabajando sin descanso. Recién divorciado, con problemas de litigio en torno a su hijo, a quien durante años descuidó con tal de llegar al puesto que tenía. El futuro siempre había sido más importante que el presente. Pero… ¿Qué no era lo que la sociedad premiaba? ¿Quieres ser reconocido y respetado? Logra, logra, logra. Sin embargo, no era feliz. Vivía con la frustración soterrada de carecer de tres ingredientes: pasión, propósito y paz en su vida. ¡Ahhhh, la tan anhelada paz!
“Mi verdadero sueño, siempre ha sido ser chef y poner un pequeño restaurante en alguna playa, para disfrutar mis dos pasiones: la comida y el mar”, me comentó Raúl con tono de frustración. Una necesidad del alma que nunca se atrevió a escuchar, en aras de cumplir con lo que la sociedad le exigía.
Es un hecho que el reflector del mundo entero ha iluminado el materialismo, la competencia y el individualismo y ha privilegiado la supervivencia con la ley del más fuerte. Por ello, la mayoría de nuestras dificultades y dilemas son resultado de no escuchar la voz del alma. También es un hecho que a la mayoría de nosotros no nos enseñaron cuál era esa voz ni cómo escucharla y mucho menos satisfacerla. Esto nos ha convertido en seres malnutridos anímicamente.
Un cambio de conciencia
Al mismo tiempo y de manera paralela, desde hace ya unos años se percibe un cambio sutil en el mundo. El reflector vira para apuntar hacia otra dirección. Un cambio muy lento que sólo algunos se han atrevido a adoptar. Un cambio que quizá requiere renuncias y decisiones difíciles. Decisiones que, si bien prometen pasión, propósito y paz, también atemoriza porque se toman sin garantía.
El cambio implica una evolución en la conciencia. Prueba de ello es que por todos lados vemos que brotan movimientos, organizaciones, libros, clases, seminarios y personas que invitan a vivir una vida con mayor reflexión, autenticidad, congruencia y silencio.
En esta transformación hay quienes se mueven despacio porque les cuesta trabajo soltar el statu quo, los apegos, lo acostumbrado, lo conocido, lo familiar. Se preguntan: “¿Qué pensarán los demás, encajaré, podré, sobreviviré?” Pero el miedo es una de las toxinas más perjudiciales para la salud.
En cambio, los pioneros –en especial los jóvenes– se atreven a adoptar los cambios de manera más rápida. Ignoran los mandatos de la sociedad, escuchan la voz del alma, son congruentes, siguen su pasión, buscan el tiempo para meditar, para cultivar su interior con libertad, están más conectados con la conciencia, la naturaleza y la espiritualidad. De esta manera crean, cuestionan y viven de acuerdo con sus valores. Su ejemplo puede inspirar, motivar o invitar a más personas a seguirlos para que el cambio cobre fuerza. Esa es la esperanza.
Finalmente, el designio de todo ser humano es ser feliz y hacer felices a los demás. Nuestro privilegio es elegir nuestro estado de conciencia y, por ende, nuestro camino. Sin duda, el gozo es el mayor alimento que el cuerpo físico utiliza para mantenernos con salud y también la guía principal que el alma emplea para lograr pasión, propósito y paz.