Ayer vino Pablo. A 15 meses de su muerte, bailamos.

Que un ser querido que partió de este plano venga a visitarnos en sueños es un regalo. Y, como todo regalo, es tan apreciado como esporádico. El encuentro onírico, a pesar de ser repentino e inesperado, es más real que lo real. En él, lo vemos, lo sentimos y platicamos como si estuviera vivo. Al menos así ha sido cuando he soñado con mi papá, mi hermano Adrián y mis queridos suegros.

Quisiera retener dichos momentos, tanto en el sueño como en la memoria y que el encuentro se prolongara por más tiempo. Pero, no obstante, me aferro a esas visitas con todo mi ser, de manera inexorable el tiempo las esfuma de forma paulatina.

A la mañana siguiente de haber tenido el sueño, desperté con sentimientos encontrados. Por un lado, con una sonrisa por haber percibido y revivido la delicia de sentir la energía masculina y protectora de Pablo, que siempre me envolvió y me hacía sentir segura. Por el otro, con la nostalgia y el anhelo por no haber visto su cara. ¡No la vi!

Desde que Pablo partió, he deseado, añorado, pedido y suplicado soñar con él. Ayer vino, pero a medias. En el sueño reviví nuestro primer encuentro, que ocurrió cuando yo tenía 15 años. Era un evento festivo, porque él se había puesto loción, vestía un traje negro, camisa blanca con plieguecitos muy bien planchados y una corbata de moño negra. En un momento dado, me pidió ir a la pista a bailar una canción romántica. Me puse un poco nerviosa: bailar calmaditas en pareja lo había hecho sólo un par de veces con un amigo que no me interesaba. “¿Qué pasará, bailará bien, bailaré bien?”, mi corazón latía.

Pablo era mucho más alto que yo, al rodear mi espalda con su brazo y tomar mi mano con la otra, por primera vez quedamos muy cerca uno del otro. Era una nueva forma de conocernos. Mi vista era precisamente la que reviví en sueños: la piel de su cuello, un tramo de su camisa blanca, una parte de la solapa negra, todo ello envuelto en su delicioso aroma.

Recuerdo que me comenzó a “llevar” al ritmo de la música y, para mi sorpresa, pronto nos acoplamos. Una vez pasado ese primer momento de expectativa, me relajé. Entonces, él, con todo respeto me acercó hacia sí un poco más y pude aspirar y percibir el aroma no de su loción, sino de algo más en su piel, que ejerció una especie de embrujo y despertó cada una de mis células. Por primera vez viví ese encanto que contenía un sinfín de promesas futuras. ¿Quizá fue la testosterona y sus feromonas masculinas? El misterio de esa atracción primaria e instintiva garantiza la continuación de las especies.

El caso es que al atractivo muto que ya existía, se sumaba este de otro tipo: químico. En ese sentir nuevo, me percaté que era mi cuerpo el que respondía a él, no mi cabeza ni mi corazón. Había olvidado esa grata sensación. Y, gracias a mi sueño los recuerdos de nuestro primer acercamiento se avivaron. El encuentro fue tan real como en aquella ocasión. Tenía la misma vista limitada y aspiré fascinada –como la primera vez– el aroma de la piel de su cuello; pero en esta ocasión, recargaba la cabeza sobre su pecho, ahora tan familiar. Cerré los ojos para dejarme llevar y envolver por su energía masculina y protectora.

Los sueños son un misterio. Me pregunto si tienen algún mensaje oculto que debamos descifrar. De ser así, quiero pensar que Pablo me quiso transmitir que ahora, como siempre lo estuve, sigo estando protegida, amada y segura, aun en su ausencia. Recargo mi cabeza en su pecho todavía más, y me dejo “llevar” y envolver en esa energía que tanto amé.

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