Me confieso partidaria de la protección animal. En lo personal, perros y gatos me han acompañado por muchos años y desde hace más de una década no consumo mamíferos ni aves. Mi vida profesional fue congruente con ello; presenté iniciativas y realicé foros sobre bienestar animal convencida del respeto que debemos tener por todos los seres vivos.
Esta semana observamos un cruel video que muestra a un sujeto matando al perrito llamado Scooby aventándolo a un cazo de aceite hirviendo. El despreciable sujeto conmocionó las redes sociales: todo tipo de voces lo condenaron, algunos ofrecieron dinero a cambio de información que ubicara al responsable, los políticos exigían justicia y las instituciones actuaron con tal velocidad que la orden de aprehensión estuvo lista en tiempo récord para realizar la detención inmediatamente. Todo parece indicar que la muerte de Scooby sí será castigada.
Celebro la expedita investigación y detención en el caso de Scooby y espero que este caso demuestre que el maltrato animal sí puede y debe ser combatido en todas sus formas. El cruel desenlace de la vida de este perrito tiene que forzarnos a abrir los cuestionamientos y responsabilidades a las que nos hemos vuelto indiferentes.
El mismo día que mataron a Scooby fueron asesinadas 91 personas —9 de ellas en el Estado de México— según reporta la CNS. Nadie condenó sus muertes, no se exigió justicia en las redes sociales ni en los discursos públicos, y muy lejos están las órdenes de aprehensión que castiguen a sus asesinos.
En esta misma semana la organización Walk Free presentó su Índice Global de Esclavitud que afirma que en México hay 850 mil personas viviendo como esclavos ya sea por matrimonio servil con trabajos forzados, venta de niñas, servidumbre por deudas, comercio forzado, explotación sexual, trata de personas, prácticas análogas a la esclavitud y, la venta y explotación de niños. Muy pocos medios documentaron esta escalofriante realidad. Asimismo, el pasado 30 de abril, REDIM informó que cada día son asesinados en promedio 7 niños y niñas, aunados a los 10 feminicidios diarios que pasan desapercibidos en las noticias cotidianas.
Uno de los episodios más oscuros en México fue el caso de “el pozolero”. En la finca La Gallera se colocó una placa con el siguiente texto: “Se calcula que en estas fosas se encuentran 17,000 litros de restos humanos desintegrados en ácidos”. Esos restos pertenecen a personas desaparecidas en Tijuana, Baja California. Se estima que Santiago Meza López , “el pozolero”, disolvió entre 300 y 650 cuerpos.
Son tantos los años que se ha hundido México en la lucha contra el narcotráfico que dejamos de contar a las víctimas y de sentir empatía con las familias que aún los extrañan. Nuestros ojos se acostumbraron a los videos de balaceras y homicidios, y nuestros corazones se cerraron ante la tragedia.
¿En qué momento dejaron de importarnos los cientos de miles de personas que han muerto por una mala estrategia plagada de ineficiencia, negligencia y corrupción? ¿Será que aún creemos en el discurso oficial —el mismo desde 2006— que nos repite que están muertos porque eran de los malos? ¿Cuándo perdimos tanto la brújula que se dedican canciones a los criminales en lugar de honrar a las víctimas?
La muerte de Scooby es un elocuente ejemplo de lo extraviada que está nuestra brújula: nuestra sociedad se acostumbró a la crueldad. Castiguemos a los criminales y a los políticos corruptos que los cobijan, analicemos las propuestas de seguridad antes de emitir nuestro voto y exijamos resultados. Ser inmunes al dolor no nos exenta de ser la próxima víctima.