Ya lo habrá notado usted, apreciable lector. No son solo los políticos que luchan por conquistar un cargo o ayudar a sus partidos. No son solo activistas que buscan avanzar una agenda política/social. Tampoco son solamente los líderes sociales o empresariales que tienen sus causas, unas legítimas y otras no tanto. Ni siquiera termina la lista con opinadores y comunicadores de dulce, chile y de manteca.
No. A tres semanas y media de las elecciones intermedias para renovar a la Cámara de Diputados y elegir a 15 gobernadores y casi dos mil presidentes municipales, alcaldes, regidores y congresos locales, pareciera que todo mundo ya es activista: los grupos de WhatsApp familiares, los chats de vecinos o colegas, las cadenas de correos/mensajes/tuits/posts todos están volcados a una sola cosa: orientar, o influir en nuestro voto el próximo 6 de junio.
Me da mucho gusto ver este activismo, porque parecería indicativo de una mayor concientización política de muchos sectores de la población, en especial las clases medias-altas y altas. Y una mayor toma de conciencia generalmente conlleva estar más informados, más enterados del acontecer nacional, cosa siempre valiosa, casi —diría yo— indispensable, cuantimás en un país con los enormes retos y dificultades del nuestro.
Lamentablemente no es ese el caso. Mucho de lo que leemos y escuchamos es la simple repetición de consignas, medias verdades o falsedades que han sido ensayadas y difundidas por los distintos partidos o por quienes los impulsan. Me dirán ustedes que eso es lo que hacen “los demás”, “los otros”, pero esa es parte de la falsedad que les han inculcado: nadie es dueño de la verdad absoluta, y mucho menos en tiempos de campañas electorales, y tampoco hay —por sencillo que resulte creerlo— buenos o malos totales.
Las dos narrativas predominantes quisieran meternos de lleno a los libros de historia, como si esta se pudiera repetir de manera lineal. Una —la oficialista— pretende colocarnos en el siglo XIX, en la disputa entre liberales y conservadores, en las personificaciones de Juárez y Maximiliano y sus partidarios mexicanos. La otra —de la coalición opositora— es igualmente simplista: la Europa de hace 90 años, con el nazifascismo de un lado y la “resistencia” del otro.
Además de inexactos en sus analogías, y del absurdo que significa querer replicar episodios históricos décadas o siglos más tarde, o importarlos de otras latitudes, ambos planteamientos son equívocos en querernos presentar un mundo de blancos y negros, una tabula rasa en la que nadie tiene su propia trayectoria, su propio historial a partir del cual ser evaluado o juzgado.
Las dos principales opciones, y la tercera que se presenta como totalmente ajena a las dos primeras, apuestan a la amnesia colectiva, al olvido de lo que son y lo que representan. Siendo, como lo son algunos, herederos de ricas tradiciones de luchas políticas dignas, quisieran que olvidemos el resto de su pasado, de sus trayectorias. Por eso el simplismo, por eso los argumentos maniqueos, porque a falta de ideas y propuestas solo queda jugar la carta del tizne, de la ofensa, del agravio, del insulto que todo lo reduce a lo personal, lo individual.
Pero no debemos permitir que nos engañen: la clase política se planta frente a nosotros en estas elecciones con los cantos del paraíso o del apocalipsis, como si no fueran todos ellos arquitectos y corresponsables del desastre nacional.
Hay en todo esto honrosas excepciones, y a esas debemos apostar. Pero para encontrar las agujas en el pajar es preciso hurgar con mucho cuidado.
Esa es la tarea que nos corresponde a nosotros los ciudadanos, los que no estamos en campaña, pero sí queremos lo mejor para México.
Analista político.
@gabrielguerrac