Tiempos difíciles e inciertos los que vivimos, queridos lectores. Sin necesidad de exagerar, podemos decir que no tienen precedente alguno en la historia moderna, ya que se conjugan una pandemia de proporciones globales y cuyas consecuencias en materia de salud pública son aún impredecibles, con una crisis económica cuyo impacto ya se está dejando sentir.
La crisis económica, coinciden todos los expertos, será fortísima, pero es casi imposible hacer predicciones cuando literalmente media humanidad está bajo alguna forma de encierro, cuarentena o confinamiento. Un modelo económico basado fundamentalmente en el consumo se ha topado con su peor pesadilla: la inmovilización de los consumidores por tiempo indefinido.
A diferencia de 2008-2009, esta no es una crisis del sistema bancario o financiero. A diferencia de 1994-1995 no hay un país cuyo colapso económico haya precipitado una cascada global. Y por supuesto no hay comparación posible con el brote del AH1N1, que jamás llegó a alcanzar las dimensiones que hasta ahora tiene el Covid-19.
Estamos todos un poco en tinieblas, cada uno tratando de no chocar con la pared o la puerta a falta de la luz necesaria para ver donde nos encontramos. El listado de faltas y carencias gubernamentales es pasmoso en muchos países, entre ellos (pero no exclusivamente) México. Naciones que creían haberle dado la vuelta al virus ahora se topan con rebrotes, como en el caso de Corea del Sur y Japón, o con su persistencia, como España e Italia.
Las recriminaciones políticas no se hacen esperar, ni tampoco el oportunismo. Un vistazo rápido a medios internacionales pinta un panorama poco esperanzador en lo que a las respuestas institucionales se refiere, y no mucho más alentador en cuanto a la respuesta de la sociedad. Sí, escenas conmovedoras de personas cantando desde sus balcones, pero muchas más crónicas de acaparadores y revendedores de artículos básicos, de traficantes y falsificadores de mascarillas y equipo de protección, de médicos y enfermeras agredidos en las calles o “invitados” a irse de los edificios en los que viven por sus propios vecinos.
Y bueno, de medios de comunicación, redes sociales y de mensajería mejor ni hablemos. O sí: competencias macabras por llevarse “exclusivas”, aunque resulten falsas. Mentiras extraoficiales y oficiales, desmentidos a los que no sabe uno ya si creer o no, campañas de desinformación, linchamientos digitales, insultos, descalificaciones, paranoia a veces justificada y otras no, es interminable la lista de errores y de actos deliberados. Y si bien hay algunos casos más burdos o extremos, tampoco hay quien se salve, con la excepción de regímenes totalitarios en los que solo el Estado informa o desinforma.
Ante este negro panorama, ante la multitud de interrogantes y la casi absoluta ausencia de respuestas convincentes o satisfactorias, muchos nos preguntamos qué es lo que sigue, qué es lo que debemos hacer.
Cada quien tendrá su propia contestación, pero si de algo les sirve les comparto la mía, que se resume en una palabra: aguantar.
Ante la incertidumbre, aguantar. Ante lo que está fuera de nuestro control, aguantar. Ante la mentira, la calumnia y la infamia, aguantar. Aguantar, aguantar y no darnos por vencidos. No ceder a la tentación de la rabia, del odio, del miedo. No caer en lo que criticamos. No menospreciar a los demás, no verlos como enemigos en un momento en el que ya mucho tenemos con el enemigo enorme, inasible, que representa la mayor crisis económica y de salud pública de la historia moderna.
Aguantar, pues, no desesperar, ser responsables aunque sea solo de nuestros actos y nuestros dichos, que ya es bastante.
Ah, y lo más importante: pensar en todos los héroes sin capa que se están arriesgando por nosotros. Apoyarles como mejor podamos, porque ellos sí son los que están en las trincheras.
A ellos, a ellas, todo mi reconocimiento y mi gratitud.
Analista político. @gabrielguerrac