A la memoria de Porfirio Muñoz Ledo
Hasta hace pocas semanas el ambiente en la opinión pública rebosaba de pesar porque la oposición estaba en supuesto proceso de extinción. Se presumía que la coalición obradorista llegaría al triunfo en 2024 sin mayores obstáculos, seguida de lejos por competidores de poca monta.
No obstante, dos factores revirtieron la geometría política en 180 grados. El primero ha sido la formación del Frente Amplio por México encabezado por tres partidos políticos y un grupo de organizaciones de la sociedad civil (Unidos). En este caldero se fraguó un compromiso por la democracia (ya veremos si es histórico), para seleccionar dirigente y programa para formar un gobierno de coalición. De triunfar, sería la primera vez que sea puesta en funciones esa fórmula de gobierno, urgente para salvaguardar la democracia. El método para la selección de esta candidatura y su programa combina la participación abierta de la sociedad civil mediante una encuesta nacional y una votación el 3 de septiembre.
El segundo factor, convergente con el anterior, ha sido la progresiva decantación de los aspirantes, primero a encabezar el Frente y, después, a convertirse en la persona candidata a la Presidencia de la República. La inscripción de la senadora Xóchitl Gálvez (XG) en este proceso literalmente galvanizó las expectativas de una dirigencia fuerte, contundente, creíble y competitiva frente al adelanto de Morena en la fatigada pasarela de sus “corcholatas”. También ha contribuido a las eliminatorias entre precandidatos del frente para competir por “la grande”. En las próximas semanas sabremos cuántos merecieron ser incluidos en la encuesta y en la boleta del 3 de septiembre.
La autoinclusión de XG en el proceso de selección ha resultado un fenómeno en sí mismo. Ha capturado la expectativa de una candidatura de arrastre popular y lucidez política con una agenda que puede hacerle la competencia al bloque en el gobierno en su propio terreno y, además, en el amplísimo espacio abandonado por Morena que es, ni más ni menos, la agenda ciudadana y los pendientes urgentísimos de reforma de las instituciones del poder y la administración pública, pero no de modo autoritario, sino democrático.
No hay que abrigar ilusiones que sucumbirían a la férrea lógica de la política. Esta agenda no la podrá cubrir ningún candidato por sí solo. Necesita del concurso de los partidos del Frente y de amplios grupos de la sociedad comprometida con la democracia y los derechos humanos. Luego de los escarceos en el cuadrilátero del Peje habrá que llenar el espacio con propuestas que, en continuidad con la figura que encabece, abarquen los ámbitos de la destrucción institucional y de la regresión que Morena le ha impreso al régimen político y al Estado. Una síntesis muy apretada de la operación política por emprender incluiría lo siguiente. Restaurar la seguridad pública por medios civiles y no militares. Reencauzar el gasto social por la vía de la certeza institucional despersonalizada del derecho a recibirlo, porque es indigno rendir la voz y el voto a un patriarca a cambio de migajas. Reactivar el crecimiento económico con redistribución incluyente a través de la verdadera producción de bienes públicos, que supere las caricaturas que tenemos en educación, salud y, medio ambiente y otros servicios fundamentales, incluida la corrupta procuración de la justicia. La restitución del pluralismo político y el emprendimiento de la construcción de una comunidad política, un Estado, que coloque dignamente a México en el siglo XXI. Nada de esto es barato y no puede hacerse sin una reforma fiscal y administrativa de gran calado, contrariamente a lo que Morena pregona.
Si el Frente atina a calar en esos tres talones de Aquiles podría convencer que puede haber espacio para un gobierno de coalición. Por primera vez en México, las estructuras de los partidos políticos podrían ser movilizadas no solamente para ganar votos y poder, sino para reunir esfuerzos en torno de una agenda de consensos básicos de convivencia que no tenemos y cuya ausencia nos desangra.