La abrumadora imposición de una sola voluntad política en la casi totalidad del Estado en un solo sexenio reclama la pregunta sobre la debilidad de las instituciones democráticas destruidas por el obradorismo. Por qué tenían tan débiles cimientos y qué deuda tendrán sus responsables frente a la historia son preguntas de reflexión obligada. Esta reflexión debería tener un lugar central en la resiliencia democrática para abrirse camino, y debe desplazar a las posturas reactivas concentradas exclusivamente en denunciar el avance autoritario sin siquiera despeinarlo.

La democracia mexicana no caló bien en el núcleo cultural de la vida política. Eso lo entendió muy bien López Obrador y usó el potencial autoritario y providencial de esa cultura para crecer como la espuma. De ese núcleo se desprenden actitudes y sensibilidades que corrieron en contra de la democracia. La eterna necesidad de una presidencia fuerte es uno de los rasgos que fueron inicialmente satisfechos por el candidato con botas, pero se mantuvieron como reserva del repertorio “ciudadano” y se reactivaron por carencias materiales y simbólicas. Vicente Fox jugó bien ese papel, cautivó a millones y convenció de dar vuelta a la página de 70 años de partido único. Sin embargo, con AMLO en campaña paralela permanente, los gobiernos subsiguientes no tuvieron la misma virtud ni supieron desplazar la preferencia por el presidencialismo con gobernanza democrática que atacase de fondo los problemas nacionales.

La falta de cumplimiento más notoria en el imaginario colectivo fue la acumulación de la deuda social. Entre 2000 y 2018 la pobreza total disminuyó de 44.4 a 41.9 por ciento de la población y la pobreza extrema pasó del 11 al 7.4 por ciento. Sin embargo, el número total de personas en pobreza aumentó de 49.5 a 52.4 millones de personas. Hacia 2018, la pobreza multidimensional (carencias de ingreso, educación, salud, vivienda y condiciones de vida) abarcó al 48.8 por ciento de la población. Aumentó de 6.4 millones de personas en esta condición, ¡más que 20 años antes! Como muchos observamos hacia el 2000, cuando se produce la alternancia y se alcanza la mayor pluralidad en la distribución del poder en todos los órdenes de gobierno, era indispensable ofrecer el “bono democrático” de la transición. Este bono no podía reducirse a meras satisfacciones simbólicas y a la típica política de transferencias directas que ya se practicaba y continúa hasta ahora. Se requería un nuevo pacto social entre el Estado, las clases y organizaciones sociales y civiles que permitiera vislumbrar un país en el que los beneficios del trabajo y la responsabilidad personal se tradujeran en la ruptura de la camisa de fuerza cuya persistencia representan esas cifras. Para la mayoría, gobierno y democracia son lo mismo. Para los muchos, al no “cumplir” los gobiernos, la democracia podía salir sobrando.

Este problema viene atado a la estructura fiscal hipercentralizada. El que en un país federal la magra recaudación fiscal sea casi monopolio del gobierno central (90%), es de por sí una aberración heredada del autoritarismo, pero los gobiernos democráticos no la cambiaron (ni qué decir que Morena tampoco). Aunque se negoció la distribución de los recursos fiscales con estados y municipios, el control nunca dejó de estar en el centro. Así, las responsabilidades de los gobiernos estatales y municipales siguieron reducidas a mínimos inverosímiles, pero el festín de corrupción en el uso de recursos cundió por todo el sistema. Si la corrupción se regulaba desde el partido único, al distribuirse el poder se transfirió a los pactos de partidos y entre partidos con nulos incentivos y reglas coactivas para el cumplimiento de la responsabilidad pública. Una odiosa comparación sirve de apoyo. Hoy por hoy, mientras que en México se recauda vía fiscal el 16 por ciento del PIB, Brasil recoge el doble. Este país reduce la desigualdad (Gini) en 13.4 por ciento mediante la redistribución fiscal del Estado, mientras que México sólo la disminuye 2.5 por ciento. Usted dirá si la democracia podía sobrevivir así.

Investigador del IIS-UNAM. @pacovaldesu

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