A la memoria de Jesús Reyes Heroles
La clase media es una pesadilla para políticos e intelectuales obstinados en comprimir la realidad en doctrinas anacrónicas, aunque por lo común pertenezcan, no sin gozo, a esta clase. Ninguno sabe dónde ponerla y a todos enojan porque los contradicen. Sin embargo, los que aún no están en sus filas quieren pertenecer a ellas, con excepción, claro está, de los dueños mayoritarios de la riqueza.
El deseo de progreso de la condición social de los mexicanos es un sentimiento legítimo de las clases medias. AMLO desprecia a esa clase de personas llamándolos “aspiracionistas sin escrúpulos morales”. Todos lo que no lo son ya, aspiran a ser ingenieros, médicos, abogados, arquitectos, contadores, policías, veterinarios, enfermeras, administradores, militares, comerciantes, fabricantes, profesores, filósofos, científicos, artesanos, plomeros, carpinteros, pintores, soldadores, escritores, obreros o técnicos con la más alta calificación. Usted, lectora, lector, póngale el nombre que quiera y encontrará un oficio o profesión con la que o ya se gana la vida o quisiera ganársela, y aspira a que sus hijos y nietos también lo puedan hacer.
El estigma que AMLO ha extendido sobre el “aspiracionismo” es contradicho por él y su gobierno: por un lado elogia al pueblo pobre como si fuera el ícono, la estampita, de ese reino en el que todos “deben estar”, pues no hay mejor lugar para obedecer al líder supremo y, por el otro, crea un espejismo de bienestar al que lleguen todos “los pobres”, descontando seguramente a los que ya han alcanzado un razonable nivel de vida y no son su carne de cañón. Ese espejismo está hecho de la degradación, cuando no demolición, de los sistemas de salud y educación de la “cuarta transformación”.
Pues resulta que la historia de los últimos trecientos años es la historia del crecimiento de las clases medias en dimensiones mayúsculas. Esa que llaman movilidad social ascendente es la responsable de que el 48 por ciento de la población mundial pertenezca a esa franja social, que para el 2030 será más de la mitad. Este segmento de la población es el que más crece a nivel mundial. Sólo en 2024 incorporará a 113 millones de personas (un millón en México). Dos factores han sido decisivos para hacerlo posible. El primero es el desarrollo económico basado en el cambio técnico, con el consecuente aumento de la productividad. El segundo es el avance de los derechos políticos y sociales en el Estado, sin el cual es inexplicable la redistribución del ingreso.
Habiendo desaparecido el socialismo como sistema social (China y Rusia son capitalistas; Cuba, Venezuela y Nicaragua son un fracaso), el capitalismo es la forma de cooperación social sobreviviente del turbulento siglo XX. La única manera realista de transformarlo es impulsar el cumplimiento de los derechos fundamentales políticos, económicos y sociales. La realización de los derechos es el método probado para superar la desigualdad que, a su vez, es el método que alimenta la democracia. Ese método es, precisamente, el que AMLO quiere expulsar del Estado suprimiendo las instituciones para defenderlos.
Las historias de múltiples generaciones de clase media acreditan el aumento de la libertad con la superación de la necesidad. Piense usted en los relatos familiares que le contaron sus padres, abuelos y, si los tuvo, sus bisabuelos. Ese era el ideario de Roosevelt cuando quiso dejar como herencia una “segunda carta de derechos” económicos y sociales. Por cierto, AMLO dijo admirar a Roosevelt por su compromiso con “el derecho a vivir libres de temores, y (…) de miseria.” En el ideario de Roosevelt se resume la gran transformación del capitalismo que sacó a Estados Unidos de la crisis de 1929 e impregnó el mundo con la reconstrucción de la segunda postguerra. Pues la vituperada clase media ilustra cómo se abrió paso el sueño de Roosevelt, y el fariseísmo de AMLO se evidencia en la destrucción de las instituciones garantistas en que se ha empeñado.