Tras la invasión de Rusia al territorio ucraniano se inició una guerra que se combate con armas, con tecnología y con los mecanismos de un mundo globalizado.
Hasta el momento ni las sanciones internacionales, ni las supuestas negociaciones diplomáticas, ni la respuesta armada de una y otra parte, han logrado poner fin al conflicto.
Una guerra que, en un contexto de democracias sólidas, no hubiera sucedido.
Si Rusia fuese una verdadera democracia, hubiesen existido esos contrapesos al poder capaces de limitar las decisiones del poderosísimo presidente ruso. Putin actuó sin temor a que el legislativo, la prensa, la opinión pública, los intelectuales, el sector económico, lo pudiesen frenar.
Más allá de los motivos que llevaron a esta guerra, debemos analizar cómo la combinación de un presidente omnipotente y un gran arsenal militar, está cobrando vidas, daña al medio ambiente, afecta la economía mundial e incluso pone en riesgo el futuro de la humanidad.
Si se quiere frenar a Rusia, la lucha armada donde otras potencias bélicas pudiesen participar, no es opción, ello podría terminar en un desastre nuclear. Entonces ¿cómo terminar con esta guerra? A través del enojo ciudadano.
Un líder totalitario necesita un pueblo sumiso; por lo contrario, una sociedad enojada con su mandatario, derroca imperios, dictaduras y líderes carismáticos.
Debido a las sanciones internacionales contra Rusia, en pocos días los rusos sufrieron la devaluación de su moneda como no sucedía desde la caída de la Unión Soviética; se les suspendió el uso de tarjetas de crédito de circuitos internacionales; perdieron el acceso a bienes y servicios de origen extranjero; les cerraron las principales redes sociales, plataformas de streaming y otros medios masivos de comunicación; se les expulsó de las competencias deportivas internacionales y, sobre todo, miles de personas perdieron sus empleos.
Si bien la guerra se lucha lejos de casa, los rusos en pocos días vieron empeorar significativamente su calidad de vida.
Gracias a los grupos internacionales de hackeo, los rusos han podido observar los efectos y la destrucción ocasionada por esta guerra, información que Putin y los medios oficialistas, niegan.
Todo ello puede ser el freno que Putin necesita, si el malestar social en su país aumenta, el presidente ruso deberá frenar la guerra.
¿Qué podemos aprender en México de esta guerra? Mucho: (1) la importancia de los contrapesos al poder; (2) la necesidad de contar con información que contrapuntea al oficialismo; (3) la relevancia de una sociedad civil capaz de manifestarse con libertad; (4) el costo que tiene para el ciudadano de a pie las malas decisiones de un mandatario sin oposición y (5) que todos los países -aún los más poderosos- son jugadores de un juego global.
En nuestro país aún contamos con contrapesos legales y de facto. La prensa libre y la sociedad civil damos -y hemos dado en el pasado- la batalla para evitar abusos del poder y debilitamiento democrático, no obstante, no debemos minimizar la concentración de poder y el uso de las instituciones como arma en contra de los adversarios al régimen, que vemos del actual gobierno federal.
Los ataques a la prensa, los intentos por desaparecer a la sociedad civil, el control que el presidente tiene sobre los poderes legislativo y judicial, son elementos que deben llevar a los mexicanos a reflexionar y actuar en contra de tal concentración de poder.
No hay peligro que el todo poderoso López quiera iniciar una guerra contra algún país vecino, el peligro es que insista en sus políticas de seguridad, justicia, desarrollo social, salud, educación, economía y finanzas que a estas alturas, se han demostrado un fracaso.
El gobierno de López ha destruido instituciones y dejado de actuar en contra de la delincuencia, con ello provocó un aumento de la violencia en el país -2019, 2020 y 2021 son los años más violentos y con el mayor nivel de impunidad de nuestra historia-; con la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la puesta en marcha de sus mega proyectos, la contrarreforma energética, el abandono a los pequeños empresarios durante la pandemia, llevó a la economía mexicana a los peores niveles de los últimos 40 años con la consecuente pérdida de centenares de miles de empleos y al aumento de la pobreza.
Los mismos errores y fracasos los podemos observar en las políticas de salud -hay desabasto de medicamentos, olvido a pacientes con enfermedades crónicas que requieren tratamiento, uno de los peores manejos de la pandemia a nivel mundial-, de educación -hay zonas donde los maestros no imparten clases sin alguna consecuencia, estos mismos ya no son evaluados para saber si son aptos a impartir cátedra, se eliminaron las escuelas de tiempo completo-, de finanzas -con la deuda que en 2020 y 2021 adquirió este gobierno, nuestro país llegó a su máximo histórico de endeudamiento, al tiempo que en el país se puso en marcha una política de recortes presupuestales que han hecho imposible la labor del gobierno-.
Ante todo ello el presidente López miente, repite información falsa, apostrofa de traidores a quienes lo cuestionan y usa discrecionalmente a la FGR, a la UIF, al SAT, para callar a los opositores.
La guerra entre Rusia y Ucrania nos debe enseñar que si queremos un México donde nuestra voz cuente, donde una autoridad no pueda hacer lo que le plazca sin importarle las consecuencias, debemos proteger a nuestra prensa libre, al activismo social y a los contrapesos institucionales.
México ya fue una dictadura perfecta donde la ley no protegía al ciudadano y hoy nos encaminamos a pasos acelerados a ser un país donde el poderoso López pueda seguir haciendo lo que quiera sin pensar en el bienestar de los mexicanos y el futuro de la nación.