En fechas recientes se dio a conocer el traslado de funciones y activos del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) a algunos estados. Con ello empieza lo que parece el fin de esta agencia del Estado; ciertamente, las capacidades y posibilidades de Fonatur fueron menguando con el tiempo y, desde hace varios sexenios, dejó de ser un factor relevante en la instrumentación de la política turística, limitando su actuación, en buena medida, al mantenimiento de un puñado de destinos turísticos entre los que sobresale Cancún.
Al cierre de 2023, la balanza turística del país reportará un saldo positivo de más de 21 mil millones de dólares; no parece una formulación excesiva asumir que casi dos terceras partes de estos recursos se derivan, directa e indirectamente, de la actuación de Fonatur en Cancún, con un efecto de arrastre hacia la Riviera Maya; en San José del Cabo, con incidencia en el corredor entre ese punto y Cabo San Lucas y, en parte del sur del estado de Nayarit, en lo que hoy el mercado conoce como Riviera Nayarit. No sobra recordar que el origen de los denominados Centros Integralmente Planeados (CIP) se debe a una intervención de política pública detonada desde el Banco de México, ante la escasez de divisas observada en la parte final de la década de los años sesenta. Dicha intervención a la postre daría origen al Fonatur que, paradójicamente, en este año cumple (¿cumpliría?) 50 años.
Quienes tenemos contacto con el sector turístico creemos que el funcionario público cuyo trabajo más ha contribuido al despegue de este sector en el país ha sido Antonio Enríquez Savignac quien, incluso, llegó a secretario general de la Organización Mundial del Turismo. A pesar de que fue secretario de Turismo a lo largo del sexenio de Miguel De la Madrid, su impronta es mucho más trascendente en su desempeño como arquitecto de los CIP y fundador y primer director general de Fonatur, que por su paso por la Sectur.
Sin duda, la desaparición de Fonatur es una muy mala noticia para el turismo mexicano; sin embargo, de ninguna manera puede adjudicarse por completo a una decisión del actual gobierno. Además de que el Fondo vio reducidas sus capacidades y fue víctima de reiteradas crisis de finanzas públicas en el país, en algún momento del camino perdió el rumbo y migró su potencial papel de detonador del desarrollo, al de una agencia inmobiliaria y de servicios municipales que difícilmente justificaba su existencia.
En términos de resultados, las ya mencionadas cifras de divisas son prueba de lo adecuado de contar con un instrumento de esta naturaleza. No obstante, al paso del tiempo el objetivo secundario de su existencia –activar la economía de la Península de Yucatán, generando desarrollo– se convirtió en un propósito mucho más estratégico y, por tal razón, Fonatur deja un hueco que los futuros gobiernos deberían ser capaces de entender y, por supuesto, de llenar.
El gran problema es que hoy México sigue cosechando lo que, en su momento, sembró Fonatur. Pero, del otro lado, no se está sembrando lo que debería apuntalar el desarrollo turístico de aquí a unos 20 o 30 años. Sin la actuación de Fonatur, el desarrollo social y económico que podría detonar el Tren Maya o el potencial que todavía representan Huatulco y muchos lugares más parece difícil de alcanzarse. Hoy, un Fonatur robusto podría encabezar la reconstrucción de Acapulco.
En mi opinión, no es un problema de dinero, sino más bien de desarrollar una visión estratégica. Así, por ejemplo, con el nuevo ajuste en el monto que se cobra a los turistas que ingresan al país por vía aérea y terrestre, México habrá de recaudar casi 17 mil millones de pesos, cerca de mil millones de dólares en número redondo, según el tipo de cambio vigente en los últimos meses. Con ello, sin grandes esfuerzos en el presupuesto público, se podría financiar una agencia de promoción turística y un nuevo Fonatur…
Director del Centro de Investigación y Competitividad Turística (Cicotur) Anáhuac
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