En un entorno de desaceleración de los flujos turísticos hacia el país, los resultados hasta ahora alcanzados podrían no parecer tan alarmantes e, incluso, en una primera lectura suenan muy positivos.

De acuerdo con Inegi, las llegadas de turistas internacionales al país aumentaron 6.2 % en el periodo enero-septiembre, en tanto el gasto de los visitantes internacionales creció 11.3%.

Sin embargo y como en repetidas ocasiones hemos comentado en este espacio, estos datos deberían ser tomados con ciertas reservas, en virtud de que desde agosto del año pasado hubo un cambio en la responsabilidad de la generación de las estadísticas del turismo internacional, que ahora corresponde al Inegi, en vez de al Banco de México.

El relevo en dicha responsabilidad ha dejado entrever la posibilidad de que en el pasado hubiera una subestimación del gasto medio de los viajeros aéreos al país y, por ende, del gasto total de los turistas que visitan México.

De hecho, la medición de septiembre pasado en la que se pueden comparar los resultados interanuales reportados por la misma fuente, es decir, dato de Inegi contra datos de Inegi, señalan que el aumento en el rubro de ingresos fue solo 1.1%.

Independientemente de lo anterior, hay un dato que si debe mover a una reflexión de mayor profundidad y es el retroceso en las llegadas de turistas aéreos procedentes de Estados Unidos, los que de acuerdo con información de la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación presentan un retroceso a octubre de 0.3%, es decir, una caída para lo que va del año de un poco más de 26 mil turistas.

Si bien, esta cifra supone un descenso marginal, el contexto en que se da es, francamente, muy malo, toda vez que los viajes de los norteamericanos por vía aérea al exterior han aumentado –a septiembre– 6.8% y el gasto total que realizan los estadounidenses en sus viajes fuera de su territorio, también presenta un aumento importante (5.6% en el mismo periodo).

Con ello México pierde en el lapso de dos años, cerca de dos puntos porcentuales de su participación en este que es su principal mercado. Realmente es de llamar la atención que siendo el país que constituye el destino de viaje más importante de los residentes en Estados Unidos, no seamos capaces de tomar ventaja de un mercado al alza.

Dicho de otro manera, si México hubiera mantenido un crecimiento en línea con la dinámica del mercado estadounidense (en los últimos años, regularmente, lo venía haciendo), a septiembre deberíamos haber recibido 9 millones 427 mil turistas en vez de los 8 millones 800 mil 950 que realmente se captaron, un diferencial de más de 600 mil turistas que perdimos o, al menos, dejamos de ganar, pues decidieron viajar al Caribe y Europa, principalmente. Con un gasto medio de estos viajeros de mil dólares se tiene que el impacto para México ha superado los 600 millones de dólares que, repitiendo la frase antes utilizada, se han perdido o, al menos, se han dejado de ganar.

Las razones que explican esta afectación se centran en los efectos de la inseguridad que desde agosto de 2017 fueron recogidos en el “Travel Warning” del Departamento de Estado; la plaga de sargazo que ha tenido una amplia cobertura mediática; la capacidad de destinos competidores para desviar asientos aéreos que antes tenía México y, muy probablemente, la falta de promoción, luego de que el gobierno mexicano ha dejado de invertir recursos en este rubro.

En los próximos meses la industria turística mexicana espera una cierta recuperación en este mercado, aunque no por mérito propio o porque se fortalezcan las acciones de promoción, sino por las dificultades que ha vivido República Dominicana en los últimos meses, por la manera que el mercado ha percibido un —aparente— número inusual de fallecimientos de turistas.

En consecuencia, y en una visión de mediano plazo a la que se sumen los efectos de una posible recesión económica, no puede dejar de descartarse una contracción significativa en el mercado norteamericano –y acaso en otros mercados–. Por tanto, se debe insistir ante el gobierno que la inversión pública en promoción turística no es un gasto superfluo, y, por tanto, se debe reconsiderar la cancelación del uso de recursos públicos para este fin. A final de cuentas, sin duda, la promoción es un bien público, no porque México no sea un país hospitalario, sino porque los resultados del turismo son palpables en la vida cotidiana de las personas. Sin promoción habrá que esperar un desaliento a la inversión privada y la contracción de los márgenes de las empresas lo que se traducirá en menos empleos para la población.

Director de la Facultad de Turismo y Gastronomía,
Universidad Anáhuac México. Twitter: @fcomadrid

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