Como es una vieja tradición, en las primeras semanas del año se llevó a cabo una edición más de la Feria Internacional de Turismo (Fitur) de España. Tuve la oportunidad de asistir y encuentro que, a pesar de tener un limitado valor comercial, la participación en la feria puede representar importantes beneficios.
En términos generales, me parece que la presencia de México fue bastante decorosa y demuestra que el país sigue siendo una importante referencia en los mercados del mapa turístico europeo. No obstante, no deberíamos confiarnos, pues cada vez es más evidente la visibilidad de otros destinos, mencionando, por ejemplo, el relevante despliegue realizado por Ecuador, Perú y República Dominicana.
Ciertamente, la narrativa sobre los resultados alcanzados en Fitur puede ser bien diferente porque pienso que sigue existiendo un cuestionamiento sobre la participación de representaciones de organizaciones públicas, toda vez que los destinos que representan no tienen penetración en el mercado español y, en general, en el europeo. Desde esta trinchera los resultados de la participación siempre son muy positivos.
Me parece un exceso la presencia de este perfil de representaciones de estados como Aguascalientes, Sonora o Tlaxcala, los que, sin escatimar sus méritos turísticos, tendrían mayores oportunidades de trascender en otros mercados. Emblemático ejemplo de ello es el de una presidenta municipal de una entidad con frontera con Estados Unidos, quien me manifestaba su intención de fortalecer el turismo en su localidad, pues recibe 30 mil visitantes anuales, provenientes de dicho país; parece obvio preguntarse ¿y entonces qué hace en la Feria de Turismo de España?
Del otro lado, la gobernadora de Quintana Roo asumió un importante liderazgo, acorde con que son, finalmente, los destinos turísticos de esa entidad los que actúan como el buque insignia del turismo mexicano.
En el entorno de Fitur es frecuente que otros temas salgan a flote, entre los que vale la pena mencionar el avance en la recuperación turística mundial, que al cierre de 2023 habría alcanzado 88% de lo que se obtuvo en 2019 (medido en llegadas de turistas internacionales); el cambio de denominación de la OMT, que ahora pasará a ser ONU Turismo, y el anuncio de una institución bancaria española que dice (de manera errónea, en mi opinión) que, por vez primera, al cierre de 2023, España habría rebasado a Francia como el primer receptor de turistas en el mundo. Por cierto, con los datos disponibles es de esperarse que, a pesar de encontrarse todavía por debajo de los niveles prepandemia, México se mantenga en el sexto sitio del ranking, producto de que la recuperación apenas empieza en Asia y a que China reporta niveles inusualmente bajos de visitantes internacionales.
Habiendo dicho lo anterior, no tengo ninguna duda de que la nota más importante que deriva de estos días en Madrid son las temperaturas insólitamente altas que se han registrado en enero. De hecho, los reportes revelan que se alcanzaron los niveles más altos desde que hay mediciones, por allá de los años veinte del siglo pasado.
Es cierto que los turistas parecen disfrutar de este benigno clima y los espacios públicos y turísticos se observan con gran animación y, seguramente, con más altos niveles de consumo de lo que normalmente sucedería. Sin embargo, de ninguna manera puede desestimarse el alarmante llamado que nos hace el planeta. El cambio climático es una dolorosa realidad, por más que subsistan los negacionistas del fenómeno. De mantenerse las tendencias que se observan, el menor de los problemas de la humanidad será el impacto que el turismo resienta; no en balde, el Foro Mundial de Davos identifica a la ocurrencia de fenómenos climáticos extremos como uno de los cinco grandes riesgos para 2024.
Ojalá el próximo gobierno federal reconozca la gravedad del tema y lo ponga como prioridad.
Director del Centro de Investigación y Competitividad Turística (Cicotur) Anáhuac
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