Cuenta mi madre que, allá por 1980, cuando salí de ver Superman en los Multicinemas Toreo, corrí disparado al puesto de la calle donde vendían toda la parafernalia de la película.

Sin dudarlo, señalé la capa y pedí que me la anudaran. Enseguida, puse las manos en mi cintura y —con una leve semiflexión de mis piernas— me impulsé al cielo. Mis papás no aguantaron la risa.

Yo no me acuerdo, pero es una historia famosa en la familia. Dicen que me puse furioso y que lloré, porque la porquería esa no servía, no volaba.

Recién recordé la anécdota ahora que regresé a entrenar a la pista.

Mi entrenador me dijo que se escuchaban demasiado mis pisadas en el tartán y que, para no impactar tanto los pies, tenía que alargar más la zancada; abrirla, volar.

“No es tan sencillo”, pensé.

Al correr, mientras más tiempo llevas despegados los pies del suelo, más rápido te vuelves. Volar, se le dice, tal cual.

Mi técnica no es la más ortodoxa, así que me cuesta trabajo, pero entonces trato de imaginarlo, que para eso sí soy bueno, y visualizo mi zancada en el momento de suspensión, en ese instante donde ninguno de los pies está en contacto con el suelo.

Las personas volamos de ese modo, aunque si nos ponemos muy exigentes, no es tal cual volar.

Se los puedo decir yo, que muy recurrentemente vuelo, en toda la extensión de la palabra, en mis sueños.

He sentido definitivamente cómo se siente volar, así como muchas otras cosas.

Me he despegado del suelo y he emprendido el vuelo, para escapar, para llegar a algún lugar o a quien deseo.

Es cuestión de concentrarse, sacar un poco el pecho y subir ligeramente los hombros, conforme las palmas de tus manos se apoyan en la invisibilidad de tu deseo para desafiar la gravedad. Así empieza a elevarse uno.

Los sueños y la imaginación nos permiten hacer prácticamente todo lo que queremos, lo más increíble, lo imposible, lo impensable.

He conseguido correr un maratón por debajo de las dos horas y 40 minutos, mientras estoy dormido.

Pero, bueno, mañana toca ir de nuevo a la pista a tratar de mejorar la zancada, porque —ya que te vuelves más consciente y te pones realista—, pues sí, no es tan sencillo.

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