No importa que el jueves vaya a cumplir 44 años de edad, cuando mi madre lea esta columna, seguro me manda un mensaje por Whatsapp o comenta en mis redes sociales que cómo diablos se me ocurre correr solo por la ciudad de noche.
El sábado, luego de acompañar a mi hija a una jornada intensa de visorías para la Selección Sub-15 de la Federación Mexicana de Futbol, me acabé poniendo los tenis y los shorts a las 9:30 pm. Dudé mucho salir a esa hora, pero como nadie sacó al pobre Simón en todo el día, decidí llevarlo a dar la vuelta.
Simón es mi perro callejero amarillo y, como yo, ama correr. Me tocaba distancia, 90 minutos. Recorrimos el Barrio de Santa Catarina, en Coyoacán, donde cruzamos algunos callejones oscuros hasta llegar al camellón, también ya casi sin luces, de Vito Alessio Robles. A las puertas de la Iglesia de Santo Tomás Moro, alcancé a ver a una mujer y un hombre con tres niñitos listos para dormir en la banqueta, a la espera del amanecer para recibir su despensa dominical.
Mi reloj apenas marcaba las 10:00 pm y, sobre Insurgentes, un tenderete de dulces ya se había convertido en un narcopuestito. Por el Parque de la Bombilla, una mujer demacrada y muy mayor arrastraba lentamente una mochila con sus penitencias, sin mirar a ningún lado. Un vagabundo con los pantalones a la rodilla, que olía a infierno a 50 metros, ahuyentaba a quienes hacían fila en la ventanilla del Oxxo. A la altura de Eje 10, un tipo de mirada amenazante y perversa fue el único que me dio miedo.
Encontré mucha gente perdida en mi paseo nocturno, personajes solitarios y rotos, como por los que reza Fred Rodgers antes de dormir en la película “Un buen día en el vecindario”, inspirada en la historia del creador y presentador del programa de televisión Mister Rogers' Neighborhood, protagonizada por Tom Hanks.
Seguí y llegué a Ciudad Universitaria. Para mi sorpresa, conforme me acercaba a la Facultad de Filosofía y Letras, comencé a escuchar música. La curiosidad me condujo frente al edificio. El cover a “Blitzkrieg Bop” de Los Ramones provenía de las ventanas del sótano. Me oculté detrás de una pared, donde nadie me veía, hasta que acabó la canción.
Antes de volver a casa, pasé por Rectoría y admiré el mural iluminado de Siqueiros, entre el sonido de las chicharras que, pensé, quizá es en realidad un rezo por los abandonados.
Madre: Fue una buena noche en el vecindario.