Un día de estos... Breve línea que suele ser una gran frontera entre lo que, se supone, nos gustaría hacer y lo que jamás vamos a realizar.
Pequeña frase indeterminada que la mayoría de la gente no toma en serio, anhelo trémulo que pocos honran.
Cuántas veces hemos dicho o escuchado “A ver si un día de estos tal o cual cosa”, y nada. Es, con frecuencia, la triste historia del día que casi nunca llega, palabras conformadas de incertidumbre en la mayoría de los casos, expectativa que sale de nuestra boca y —por lo general— se disuelve en el universo de lo que no sucede.
El domingo, me escribió mi querido amigo el Chango desde Madrid, a donde se fue a vivir hace ya bastantes años: “Cotonete, acordándome de ti. Voy en el metro y se subieron unas gentes con dorsal. Efectivamente, hoy se corrió la media maratón”.
Algunos amigos de la infancia me dicen Cotonete, apodo que derivó de Cotorro, por la nariz aviar que se me desarrolló en la adolescencia.
“¡Ese Chank! A ver si se me hace correrla un día de estos”, le respondí y, conforme releía mi propio Whatsapp, sentí la posibilidad muy remota.
Aquellas palabras habían salido de mí con muy poca convicción y fuerza.
Con el Chango suelo conversar desde hace tiempo acerca de correr y de los maratones. A los 12 años de edad corrimos juntos nuestra primera competencia, esa donde —minutos antes del disparo de salida— se nos ocurrió tragarnos un hot dog con jalapeños y queso extra.
Recién le dije que quiero correr por allá alguna buena carrera, pues también viví un tiempo en aquellos lares, donde —hablando de mi nariz— una madrugada me la partieron en su presencia un grupo de macarras, porque volteamos a ver a sus novias.
Como pudimos, nos defendimos, aunque no salimos muy bien librados de una batalla en la que me puse a dar patadas al aire desde el pavimento, al estilo Alfredo Adame.
El asunto es que sentí que debía repetir aquella aspiración en mi mente con contundencia, pues eso es parte de lo que posibilita que las cosas ocurran: Sentirlas de verdad y pronunciarlas con contundencia, decirlas de manera rotunda y con la intención bien fija en la cabeza, no con la boca floja.
El poder de las palabras es auténtico.
Pronto, un día de estos, correré en Madrid una carrera. Suena distinto, a que sí.
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