Nos disponíamos a salir del hotel, ubicado en el casco antiguo de Valencia, para dar un breve paseo por el barrio. No queríamos ir lejos, ni hacer visitas turísticas agotadoras. Pretendíamos evitar, también, la tentación de los manjares y los vinos valencianos.
A la mañana siguiente, correríamos el maratón, y el plan era llegar bien descansados, con el estómago en calma.
En nuestro camino a la puerta, en pleno lobby, nos encontramos con que José Garay, responsable de los planes de entrenamiento de más de 10 mil corredores, de los 35 mil que participaríamos en la carrera, estaba dando una charla sobre cómo afrontar mejor los 42.195 kilómetros en las calles de Valencia —la autopista de alta velocidad de los maratones—, cuya celebración nos fue confirmada apenas un par de semanas antes del disparo de salida, tras la devastación causada por la DANA en las afueras de la ciudad.
“Le dedicamos tanto esfuerzo, pensamientos y tiempo a la preparación del maratón, que una vez concluida la prueba, se nos genera un grandísimo vacío. Cuando todo acaba, te surge una profunda sensación de nostalgia en alma, cuerpo, mente y espíritu. Por eso, más allá de las circunstancias que se presenten a lo largo de la ruta, el objetivo debe ser, idealmente, cruzar la meta. De lo contrario, si no completas el arco y no haces tuya esa satisfacción, la ausencia será mucho más difícil de superar”, sentenció.
Luego de escuchar casi toda la plática completa, salí por fin del hotel con mi esposa y dedicamos nuestra caminata a hablar de nuestras respectivas estrategias.
Ya si estábamos ahí, a la altura del mar y en un recorrido absolutamente plano, yo trataría de ir por mi marca.
“En tu primer maratón, debes ser conservador y asegurarte de terminar. Ya que adquieres experiencia y te vuelves más competitivo, entonces puedes ser más osado y jugártela, aunque —de no lograrlo— el golpe es igualmente duro”, agregó José.
Arranqué a un ritmo que resistí 31 kilómetros. Sentí que podía llegar a ese paso hasta el final, pero los entrenamientos en agua y de fuerza no me bastaron. Dudé en detenerme, desaceleré y volví a apretar el paso. Jalé aire, mire el reloj, me detuve.
Vi alejarse a los que, segundos antes, iban junto a mí y traté de alcanzarlos. No podía; dudé otra vez en detenerme, pero extendí mis zancadas. Ya no podía sostener el ritmo y, por fin, me detuve definitivamente.
Rendirse tiene su parte bella. Tiene que vivirse para entenderse. No se los deseo, pero tampoco pasa nada. A todos se les olvida, hasta a uno.
Estoy en todas las redes como FJ Koloffon