Sin duda, uno de los factores que —de pronto— llevan a resaltar a una persona de entre un grupo, es la ropa. El atuendo, si salimos de los marcos habituales, nos puede hacer sobresalir de los demás. En un restaurante, en el salón de clases, el trabajo, el transporte, la fiesta o en cualquier evento, quien viste distinto, llama la atención. Y no me refiero a portar la prenda de moda o algún vestuario de lujo. Basta con ponerse algo distinto, ya sea caro o de bajo costo, para distinguirse de algún modo del resto.

Lo interesante es que hay quien lo planea, quien premeditadamente se compra ajuares o prendas para destacar y atraer las miradas, mientras que están los que ni siquiera se lo plantean y salen así tan campantes a pasear por el mundo, con una naturalidad que roza la valentía o la locura.

Nunca lo vi venir. Yo avanzaba a buen paso junto a un grupo basto de corredores en el circuito de siempre. Los rebasé muy orgulloso, con mi playera y mis shorts rojos ladrillo nuevos que me regalaron mi mujer y mis hijos del Día del Padre; especialmente contento por la notable mejora de mi desgarro, cuando —de pronto— escuché detrás mío el grito: “¡Pista!”.

Con cuidado de no trompicar a nadie, me hice a la derecha para abrirle paso a un hombre que me pasó a gran velocidad... Con sus jeans, su camisa de vestir y sus mocasines negros.

En un acto reflejo, todos los que estábamos ahí nos volteamos a ver sorprendidos, como para confirmar si aquello que acabábamos de presenciar era cierto. Podrá no parecer cosa del otro mundo, pero no todos los días te rebasa de tal forma alguien que más bien tiene pinta de que va tarde al trabajo.

Por un momento pensé eso: “A este cuate se le hizo tarde y, para no rodear por las calles, tomó de atajo el Vivero para llegar a tiempo a su chamba”. Pero no, unos metros adelante le bajó al ritmo para recuperarse, se mantuvo a trote un momento, miró su reloj y entonces volvió a arrancar a grandes zancadas. Estaba haciendo repeticiones de 200 metros, empapado de la cara y con una buena mancha de sudor en la espalda. Varias veces coincidí con él en sus momentos de recuperación y estuve tentado a preguntarle por qué.

No me pareció que se debiera a un asunto de carencia, por la falta de indumentaria apropiada, sino que quizá más bien aquel hombre no quiso perder la oportunidad de correr esa mañana a pesar del trabajo. Preferí no conocer la razón y mejor imaginar tantos posibles e irracionales supuestos.

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