Solemos tener esta creencia de que triunfar es ganar, y que un verdadero triunfo está en un contundente 5-0 en un partido de lo que sea.
Para algunos, triunfar significa tener un mejor coche que sus amigos, o la casa más grande de la colonia.
La gente, en su mayoría, cree que el éxito es sobresalir, y en lo deportivo es un concepto que inequívocamente se confunde con superar, bien sea a un rival o una marca.
En estas últimas semanas, en mis entrenamientos en la pista de Villa Olímpica, rumbo a mi próximo maratón, me ha tocado coincidir con un pequeño equipo de atletas, cuyos miembros tienen en algunos casos discapacidades físicas y, otros, intelectuales.
Mientras yo me preparaba para correr una de mis repeticiones de mil 200 metros, en el centro del campo un joven de corpulencia robusta, que no podía mantenerse en pie, se alistaba para su lanzamiento de bala desde una especie de asiento acondicionado especialmente para él.
Postergué por unos instantes mi salida, para atestiguar cómo concentraba toda su coordinación y fuerza en aventar semejante pelota de plomo, que alcanzó a volar aproximadamente metro y medio.
Parecería poco, pero —sin duda— se trataba de una proeza.
Por eso, su entrenadora le aplaudía cada que él hacía ese esfuerzo sobrehumano.
Se preparaba para una competencia internacional, en la que —de pronto— se me ocurrió cuestionarme cómo establecerían los criterios para proclamar un vencedor, pues —supuse— cada uno de estos atletas tendría sus muy particulares condiciones, lo que dificulta fijar parámetros que garanticen la igualdad de circunstancias.
No obstante que existen clasificaciones para estos atletas, dentro de una misma categoría existen notables diferencias entre los competidores y, no obstante que la contienda no será necesariamente justa, ahí están ellos entrenando, esforzándose, dejándolo todo, absolutamente entregados.
No cabe duda que triunfar poco tiene que ver con llegar primero o con que te cuelguen una medalla. Triunfar, quizá, es más bien atreverse, el compromiso, la constancia, el levantarse todos los días a pesar de lo complicado.
Los triunfos no son siempre contundentes, pues —a veces— lo único contundente es lo imperceptible.