“Brindo por el éxito de los dos, por el éxito de cada uno. Sé que ya soy un hombre bastante mayor, pero confío en que va a suceder algo extraordinario, en que voy a ingeniármelas y a alcanzar el éxito. Sé que no es sencillo, pero voy a lograrlo”, le aseguró el señor, de unos 75 años, a su joven acompañante, de alrededor de 40, y chocó su margarita en las rocas contra la bebida rojiza de ella, quien no parecía preocuparse tanto por el futuro de él, sino por su presente, en el que apenas conseguía respirar metida en ese ajustado vestido con estampado de leopardo.
Mi esposa y yo, con nuestros respectivos tragos, disponíamos a desearnos también “salud”, pero no pude evitar distraerme con lo que decía justo en la mesa de atrás aquel personaje canoso, de lentes oscuros y todo vestido de negro, a su joven amiga. Siempre he creído que lo que escuchamos y vemos a nuestro alrededor envuelve un mensaje oculto que, de uno u otro modo, está destinado para nosotros.
“Por el presente”, brindé con mi mujer, luego de que pude correr un 21k, tras más de 15 días lesionado, lo que ponía en vilo mi próximo maratón, en diciembre.
“Hoy pudiste correr, eso es lo importante. Vamos paso a paso. Por el presente”, coincidió mi esposa y levantó su vaso.
Con esa capacidad que me distingue, pronto volví a ausentarme de nuestra conversación y me fui otra vez a la del señor, cuyas palabras me hicieron pensar que, aunque efectivamente la vida es la milagrosa posibilidad de reinventarnos una y mil veces, tampoco es recomendable pretender hacerlo poco antes del último aliento.
En mi caso, alejarme de lo que me mantiene bien, en forma, en mi centro, suele llevarme aprisa y con suma facilidad a lugares oscuros, donde no sólo pierdo la claridad, sino la conciencia, el objetivo, el rumbo. Resulta inevitable perderse, de vez en cuando, y ausentarse de uno mismo, pero más vale que sea rápido, para que después no sea excesivamente difícil encontrar el camino de regreso.
Yo, cuando más cercano y posible siento el éxito, es cuando me encuentro bien, y una de mis rutas para llegar a ese espacio sagrado es precisamente corriendo.
—Correr es un privilegio, nunca hay que darlo por sentado”, le comenté a mi esposa, al volver con toda mi presencia a la mesa. “Salud, por el éxito inmediato de ambos, porque no tengamos que esperar demasiado tiempo”, brindé. Bebimos el último sorbo, nos levantamos y yo, con una discreta inclinación de mi cabeza, me despedí del hombre de negro.
Estoy en todas las redes como FJ Koloffon