Me fui a la cama con ansiedad. Sentía los latidos del corazón retumbar fuerte en mi pecho, rodeados de un vacío gélido. Eso me pasa cuando tomo café y me desvelo. Casi nunca tomo café, pues en mi época de estudiante me ingería completitas las materias de Derecho con jarras y jarras durante días y noches seguidas, para no dormir y alcanzar a estudiar para el examen. Desde entonces, aborrecí el Derecho y el café.

Sin embargo, el jueves se me ocurrió pedir dos carajillos, con su respectiva dosis de café, que —junto con el alcohol— son disparadores de angustia y taquicardia en mi organismo. Independientemente de la cafeína, por aquellos años universitarios, se me alteró también el sueño. No padezco de insomnio; simplemente, con tanta distracción, me tardo en ir a la cama: los chats, las redes, noticias, distracciones, series, películas, las galletas con chispas de chocolate en la despensa, el sillón tan cómodo del cuarto de televisión... Entre una cosa y otra, me acosté tardisísimo.

El viernes, otra vez, acabé durmiendo dos horas, y el sábado puse la cabeza en la almohada después de las 2 de la madrugada, porque tuvimos cumpleaños de una amiga, con karaoke. Me quedaban apenas tres horas de sueño para levantarme a la carrera de 10 kilómetros de la Cruz Roja Mexicana, y me preocupé, porque ahí estaba otra vez ese pumpin pumpin de mi corazón.

A pesar de que dormí muy profundo, todavía en la línea de salida me preocupó correr con tan poco nivel de descanso después de sendos desvelos. Sabía que mi corazón necesitaba descansar, mis piernas, mis músculos, los pies, los ojos, mi cerebro, y le pedí con mucho fervor al cielo que no me muriera. Suena exagerado, pero últimamente han habido algunos casos y, la verdad, no estoy listo para ser el próximo.

En el recorrido, me vinieron muchos pensamientos: “El seguro de vida, tengo pendiente subir la cobertura para mi familia; ya estoy un poco cansado de correr, lo mismo que de pronto me agota perseguir mis sueños. ¿Y esta recta, dónde termina? Por favor, ya que acabe, lo mismo que mi círculo vicioso. Me urge arreglar el relajo de mis computadoras, los correos, documentos, fotografías y, por fin, sacar mi nuevo libro pendiente”.

“¡Me siento vivo!”, había cantado apenas horas antes.

El descanso y la recuperación son vitales. No puedo ser ya tan irresponsable.

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