Una señora locura, o una locura en toda la extensión de la palabra, no es así como un resbalón. No es algo súbito o repentino, ni tampoco accidental.
El acto de cometer una verdadera locura se decanta poco a poco en la imaginación, se cocina a fuego lento en la incandescencia de los anhelos más profundos. El momento en que se lleva a cabo es sólo porque ha llegado su hora.
El domingo 28 de agosto, Estefany Velázquez Rodríguez llegó muy temprano a la cita del Maratón Internacional de la Ciudad de México, con la idea de correrlo de principio a fin. Podría sonar muy lógico y parecer que aquello no tenía nada de espectacular, salvo por el hecho de que no había entrenado para una distancia así.
A sus 25 años de edad, Estefy lleva seis corriendo. Entrenamos en el mismo equipo; ella enfocada en el medio fondo: mil 500, cinco mil y hasta 10 mil metros.
Recién expresaba curiosidad de probarse en los 42 kilómetros, pero nuestro entrenador le dijo que tuviera paciencia, que esperara para dejar llegar el momento indicado. “Permite primero que la pista haga su trabajo, para que a finales de 2024 o en 2025 llegues en tus mejores condiciones. No te desesperes, aguanta”, le dijo.
Pero no aguantó.
Después de una temporada intensa de entrenamientos, y una lesión lumbar en proceso de recuperación, Estefy aceptó la invitación de un amigo a participar en el Maratón, en medio de un descanso activo que le había pedido al coach para acabar de recuperarse.
Supuestamente, correría únicamente 21 kilómetros, a un ritmo medio. Sin embargo, apenas el día anterior hizo 10 kilómetros a buen paso, sin complicaciones. “Vamos a ver qué pasa”, se dijo, a sabiendas de lo que pasaría.
“En cuanto empezó la carrera, me incorporé al segundo grupo de las élites. Me fui con ellas, estaba muy cómodo el ritmo. No sentía nada y pensé ‘pues ya me sigo’. Para el kilómetro 21, varias chicas ya se habían quedado y yo iba tranquila y muy bien de aire, así que decidí no salirme. En el 35, me empezó a doler la lumbar, pero ya estaba cerca y seguí. Sabía que llevaba buen tiempo, pero no qué tanto, yo iba disfrutando”.
Poco faltó para que el entrenador la echara del equipo cuando se enteró de sus 2:46:31 horas y su décimo lugar entre todas las mujeres, aunque debajo de ese gesto duro de reprobación por no seguir las indicaciones, se le dibujaba una sonrisa de esas que nos sacan los rebeldes a quienes gustamos de las locuras que, con un poco más de disciplina, tienen posibilidades de convertirse —un día no muy lejano— en auténticas hazañas.
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