En 1974, cuando Elton John se enteró que el Watford Football Club de la Cuarta División de Inglaterra se encontraba en graves problemas financieros, no dudó en dar un concierto —junto a su amigo Rod Stewart— para recaudar fondos y salvarlo de la bancarrota.
Aquella noche tampoco titubeó y salió vestido de abeja al escenario del Vicarage Road.
Desde entonces, la fanaticada del club inglés lo ovaciona de pie cada vez que se presenta en aquel estadio, ya sea para tocar su música o para ver jugar a los Avispones (Hornets), llamados así por su uniforme a franjas amarillas y negras.
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“Era el equipo de los amores de mi padre, y por lo tanto el mío”, cuenta en su autobiografía “Me”. “A los seis años me llevó a verlos, y contemplar a esos jugadores en acción fue como tomar una droga a la que al instante te volvías adicto”.
Ese mismo año, mientras grababa Caribou, su octavo álbum de estudio, el creador de “Someone Saved My Life Tonight” se hizo adicto a la cocaína.
Para 1976, Reginald Kenneth Dwight, quien entonces todavía no imaginaba que un día el mundo entero lo conocería como Rocket Man, se hizo dueño del Watford, en un intento más por agradar a su padre, con cuyo único vínculo a esas alturas eran precisamente los Hornets.
Pero éste jamás le reconoció su mérito, talentos y éxito; ni siquiera cuando ascendió al equipo a la Tercera División, a la Segunda y, en 1999, a la Premier League.
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Hace un par de semanas, Sir Elton John dio el último concierto de su Farewell Yellow Brick Road Tour, gira con que —supuestamente— se ha despedido para siempre de los escenarios, tras 330 shows que dio alrededor del mundo entre 2018 y 2023, con un parón de casi dos años por la pandemia.
Por supuesto, pasó por el Vicarage Road, donde reservó dos fechas.
En sus memorias, el Hombre Cohete hace especial énfasis en cómo, de algún modo, el Watford le salvó la vida: “Fui presidente durante mis peores momentos. Cuando sentía que no había amor en mi vida, ahí estaba el amor del club y los aficionados, y la sinceridad de los jugadores. A ellos no les importaba decirme si mis abrigos les parecían ridículos o si alguno de mis discos no les habían gustado; me lo decían y punto, no como quienes sólo querían agradarme. Sin duda, le debo al futbol mucho más de lo que podría deberme a mí”.
Larga vida al Rocket Man.