Emilio cumplió 17 años de edad. Esto no sería noticia si 15 días atrás no hubiera estado a punto de morir quemado, en el interior de su coche, en Querétaro.
Gabriela Arredondo, su mamá, acababa de recogerlo del basquetbol en el Polideportivo Candiles, donde juega cada semana con sus amigos. Antes de llegar a casa, en la colonia Paraíso, se estacionaron en la tienda de abarrotes donde suelen hacer sus compras urgentes. Les queda a media cuadra.
La parada sería tan corta que Emilio ni se quitó el cinturón. Se mensajeaba con Mariana, su hermana: “Mamá se bajó en la tienda, en tres minutos llegamos”. De la nada, un hombre se asomó por la ventanilla del piloto y empezó a verter gasolina.
“¡Te vas a morir, cab...!”, espetó, y echó un cerillo.
La detonación alertó a quienes estaban cerca. Desde su casa, Mariana fotografiaba el irreconocible coche, sin imaginar que entre las llamas su hermano intentaba desesperadamente zafarse el cinturón.
“Su ropa estaba empapada en sudor por el basquet. Tanto, que encima se puso una sudadera para no enfriarse. Eso ayudó a que el fuego no traspasara tan profundo su piel”, me explicó su mamá, quien no dudó en abrir la puerta y entrar por Emilio.
El peritaje arrojó que el cinturón de seguridad nunca fue desabrochado y no hay una explicación de cómo fueron capaces, madre e hijo, de que saliera de ahí.
“En pleno infierno ocurrieron algunos milagros”, cuenta, con una tremenda quemadura en el brazo izquierdo. “Llevábamos días sin agua y, en ese instante, una pipa surtía precisamente junto a la miscelánea. No paramos de derramar agua en Emilio, con lo cual la quemadura no se extendió”.
Este joven valiente de 17 años de edad, sobrino de mi esposa y quien toca el piano, se recupera en el ISSSTE de quemaduras de segundo grado en cara y el 20% de su cuerpo.
“Agradezco a la gente del hospital y especialmente a mi familia. Pido que se nos quite el miedo. No tengo enemigos, pero cuando la policía me preguntó, hasta dudé si se habían enojado los de la casa donde hace poco tiré un papel en su basurero. Me cuestiono hasta lo más absurdo”, me dijo por teléfono, con la madurez de alguien que ha renacido.
“Quiero que mi mano se recupere para tocar el segundo nocturno de Chopin y volver a jugar basquetbol. Es importante para mí y mis amigos, es nuestra ceremonia”, reflexiona, mientras su agresor —aprehendido gracias a una de las fotos de Mariana, donde se aprecia con las manos en alto y encendidas— es procesado por lesiones y no por tentativa de homicidio.