Hay gente a la que le gusta hacer preguntas estúpidas. Y existe igual número de personas que disfrutan responderlas. Yo soy lo suficientemente amargado para que no me entretenga ese pasatiempo. Huyo de las conversaciones estúpidas; no por creerme inteligente, sólo es que no dispongo del sentido del humor ni de la paciencia. Soy de evadir los malos chistes tanto como de evitar las risas fingidas.
En mi Facebook , tengo silenciado a cuanto individuo lanza preguntas absurdas en los distintos grupos de corredores a los que pertenezco. No tardan en expulsarme tras publicar este texto, pero da igual, qué más da un seguidor más o uno menos, un grupo, un comentario positivo, un insulto o una crítica. ¡Bah!
“¿Cuánto debo correr para bajar tres kilogramos de peso?”, preguntó en uno de ellos un tipo al que me dieron ganas de contestarle: “Corre hasta que desaparezcas”. Así le respondo a todos en mi cabeza, y quizá por eso me mantengo en esos grupos, para ejercitar la creatividad y construir diálogos sarcásticos para mis historias. Aunque a lo mejor es por la misma razón que ellos, para que mis publicaciones se lean y compartan, a pesar de ser también tonterías.
“¿Si quiero ser más rápido en la pista, cuántas vueltas debo darle?” . “¿Qué necesito hacer para bajar de 3:30 horas en un maratón?”. “¿Cómo le hago para correr si nunca he corrido?”, y mil preguntas por el estilo.
“¡Pues corre, infeliz, corre y ya!”
, escribo en la casilla de respuesta, y mejor lo borro. “Compañeros, si nos persigue en la calle un perro, ¿qué es más efectivo, espantarlo con la mano derecha o con la izquierda?”...
Sin embargo, recientemente me topé con una pregunta que no sólo llamó mi atención por diferente, sino porque realmente me cuestioné cuál sería la respuesta: “¿Ustedes creen que es recomendable correr si se tiene el corazón roto?”.
De inmediato, me remonté a los momentos en los que he tenido el corazón roto — que por fortuna no han sido muchos — y traté de recordar si me daban ganas de correr o en lo absoluto. Y creo que no, con trabajos quería pararme y sentía un hueco frío en el estómago por el que se me escapaban las fuerzas. Pero finalmente, un día volví a hacerlo, no tengo claro cuánto después, ni el instante, ni si tomé la decisión o si un día simplemente amanecí otra vez con ganas.
“Mientras no tengas el pie roto
, no hay problema”, le contestó otro irónico. “Corre, campeón, correr lo cura todo”, escribió uno más empático.
¡Corran, infelices, corran!