Hace un par de años, la pandemia me trajo una bicicleta. Mi esposa me la regaló de cumpleaños. Siempre he sido difícil para los regalos, pero aquella vez lo tenía claro: “Me voy a ir a trabajar en la bicicleta, ahora que no hay coches en la calle. Voy a cambiar mi modo de vivir”.

Dos años después, mi mujer se ha sumado al club de esposas despechadas que quieren vender las bicicletas que le regalaron a sus maridos y que ya ni por casualidad usamos. “Se está oxidando la pobre. Qué bueno que querías cambiar tu vida, eh, pero voy a venderla”, me magulla cada vez que la ve colgada en el garage, tan sola, con las llantas desesperanzadas y sin aliento.

El domingo, por fin la bajé del gancho. Traigo una lesión frustrante en el pie izquierdo y no puedo correr. Antes de subirme, le puse aire con la bomba que usa Lorenzo para sus balones de futbol y, entonces sí, me enfilé a Ciudad Universitaria. Hay días que uno sale de casa con una canción que no sabe ni cómo se le metió y, aquella mañana, conforme pedaleaba, intempestivamente comenzó a sonar “Are You Lonesome Tonight?” en mi cabeza. Días antes, los de La Habitación Roja la usaron para abrir su concierto en el Lunario del Auditorio Nacional.

Me puse mi casco. El viento frío me pegaba en la cara y, sin otra causa aparente, las lágrimas comenzaron a brotarme de los ojos. Ya decía mi maestra de musicoterapia que el llanto no nada más corre porque sí, invariablemente hay una causa. Lo mismo pasa, me explicó recién mi fisioterapeuta, que te aprietan los dedos meñiques de los pies y sacas el dolor acumulado, como Magdalena. Me pasó también.

Total, que ahí iba yo llorando, según yo sin llorar, entonando Elvis, cuando caí en cuenta lo idiota que me vería en mi bicicleta hipster, entre tanto ciclista que rueda en las inmediaciones de la UNAM, al sur de la CDMX. Mi bicicleta está bien para andar en la Condesa, o en Ámsterdam, Países Bajos, pero no para hacer ejercicio. “Yo debí nacer en otro lado”; sí, en Europa, aproveché para recordarme, tan desadaptado como de costumbre.

“¡Teto, teto!”, me gritó un tipo que no estoy seguro si más bien le decía a alguien por teléfono, como de esas bromas de Youtube. Todos me rebasaban con sus bicis deportivas, y yo acá bien trendy cerrando los ojos al pasar por los topes de bolas, mientras rezaba para no atinarles y partirme la cara, pensando si Freddie Mercury habría andado alguna vez en bicicleta o por qué diablos escribiría Bicycle Race.

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