Hay varias formas de transitar con el pasado inmediato y sus embajadores, a menudo incómodos.
La presidenta enfrenta ese dilema. Resolverlo parte una premisa central: tener la voluntad sobre qué curso tomar. Pienso que la tiene.
En México, a partir de la posrevolución, hay tres formas para lidiar con el pasado.
La primera: no hacer nada. Hacerse de la vista gorda ha sido el signo moderno de los tiempos. De Fox a López Obrador el camino ha sido voltear la página sin aspavientos. Hubo pago de facturas personales —Elba Esther Gordillo, Rosario Robles—-; calambres —Emilio Lozoya— pero todo fue más rollo que película. En 25 años de alternancia, ningún personaje de alto rango ha sido tocado.
El segundo camino fue recurrente de 1977 a la alternancia del 2000. Ahí sí se ajustaban cuentas. Luis Echeverría quiso imponer, se decía en su momento, un “mini maximato”. Acabó con el encarcelamiento de varios cercanos, la demolición mediática de algunos y el destierro de otros, incluido el expresidente.
José López Portillo permitió tanta corrupción que se volvió un agravio. Su sucesor, Miguel de la Madrid, dijo todo con su slogan de campaña: “la renovación moral de la sociedad”. Fundó la secretaría de la Contraloría y encarceló a amigos personales de su antecesor.
Ernesto Zedillo encarceló nada menos que al hermano de Carlos Salinas de Gortari, en un hecho que, al mismo tiempo, conmocionó y generó celebración. El expresidente que aspiró a dirigir la Organización Mundial de Comercio quedó sepultado.
La tercera vía es intermedia y el antecedente es Adolfo Ruiz Cortines. Su antecesor, Miguel Alemán, había tenido y permitido excesos hasta grotescos. Era la época de la industrialización y cinismo. Decía el presidente:
—Aspiro a que cada mexicano tenga un cadillac, fume puro y vaya a los toros.
Ahí no más. En el derroche de recursos y obra pública se amasaron fortunas gigantescas y se acuñaron dos dichos: “Haz obra, que sobra” y “Vamos a darle a la piñata a ver qué nos toca”.
Su sucesor, Adolfo Ruiz Cortines, no podía ser más diferente. Era de una generación mayor al grupo alemanista. Vestía con modestia. Tenía un modo de vivir austero. Nada que ver con la elite del sexenio anterior.
En su discurso de toma de posesión, Ruiz Cortines anunció que arrancaba una etapa de austeridad. Siguieron varios simbolismos: hizo público su patrimonio (35 mil dólares). Promulgó una Ley de Responsabilidades de los Servidores Públicos. Aunque varios funcionarios repitieron en su gabinete, siempre en cargos diferentes, procuró alejarse de los impresentables. También lanzó una campaña de moralización. Los otrora consentidos repetían:
—¡Tanta moralidad, desmoraliza¡
Pero el verdadero ariete que usó fue la prensa. Medios como El Universal, Excélsior, Tiempo o Siempre¡, denunciaron a los contratistas, empresarios, funcionarios que se habían beneficiado de las obras de infraestructura del sexenio de Alemán. Había habido un tráfico de influencias y uso de información privilegiada. Los conflictos de interés brotaron como hongos.
Ruiz Cortines no encarceló a nadie. Decidió por otra ruta: inhabilitar moralmente a todos aquellos que habían participado en el saqueo.
Nunca rompió con Alemán: no hacía falta. Ruiz Cortines hablaba más con silencios que con palabras.
Volviendo al presente, hubo una diferencia: Ruiz Cortines no se rodeó ni le impusieron a personajes que después le significarían un lastre.
Con todo, creo que la presidenta está exhibiendo y demoliendo a los impresentables de Morena. Los está inhabilitando moralmente para, quizá, después mandarlos a casas de retiro político.
Creo que no habrá ruptura.
Solo deslinde.
@fvazquezrig






